En esta segunda parte, intentaremos dar una nueva interpretación al problema del origen y expresión de las orientaciones, preferencias y materialización del impulso sexual, desde el punto de vista del origen general de todas las tendencias humanas, y su relación con la conciencia y autoconciencia.
Para
su mejor comprensión, es necesario haber leido los capítulos
previos, donde se presentan y analizan estos temas, a través de la
interpretación que nos permite nuestra Teoría de la Conducta Humana
y su base en el concepto del Doble Cerebro.
Dado
que lo que acá se pretende es una caracterización absolutamente
objetiva de la sexualidad humana, libre de todo mito, idealización,
o prejuicio, en este análisis no tienen cabida las clasificaciones
ni caracterizaciones tradicionales, las cuales precisamente por su
limitada objetividad han tenido que ir siendo modificadas con el paso
del tiempo, tanto en el ámbito de la patología psiquiátrica como
en su evaluación social y moral. Sólo se tratará de realizar
caracterizaciones del punto de vista objetivo de los efectos
concretos, o sea, de los daños, los perjuicios, o las satisfacciones
y beneficios que las distintas expresiones de la sexualidad pueden
acarrear a los propios involucrados y a quienes los rodean.
Para
cumplir este propósito de objetividad, recurrimos a nuestra Teoría
de la Conducta Humana, cuyo origen está inspirado, entre otras
fuentes, en el modelo evolutivo propuesto por Charles Darwin, cuyas
ideas suscribimos en sus aspectos generales.
Así
como ocurre respecto del resto de las demás tendencias que
caracterizarán a cada persona, la tendencia o impulso sexual (y la
distribución de sus orientaciones relativas, según veremos luego),
resulta de la dinámica de la expresión, en su enorme variabilidad,
de la carga genética y el desarrollo embrionario, de cada individuo,
asociada en medida más limitada a la influencia del medio ambiente.
No
es posible saber con certeza, aún, la naturaleza precisa de la
participación de cada uno de estos factores, pero resulta muy
probable que el conjunto de tendencias que caracterizarán a cada
persona ya esté siendo determinado y establecido durante el
desarrollo embriológico y fetal.
La
influencia del medio probablemente tendrá una capacidad sólo
moderadora o exaltadora de las potencialidades de cada individuo,
según la dirección relativa de cada tendencia, dentro del espectro
total que caracterizará a cada persona.
Por
tanto, la distribución de estímulos que resultarán positivos,
neutros o negativos para cada persona, tanto en la esfera sexual como
en el resto de sus ámbitos, ya estará fundamentalmente definida
cuando esa persona comience a “descubrirse”, proceso que comienza
con el incio de la conciencia y auto conciencia (ver capítulo
respectivo), generalmente desde los 3 a 4 años de edad, y que puede
tomar un período largo y bastante variable.
Así,
habrá personas que tendrán una autoconciencia muy detallada y clara
en relación a sus tendencias tanto sexuales como no sexuales durante
o al fin del segundo decenio, y otras a quienes les tomará más
tiempo alcanzar esta madurez.
Esto
último dependerá no sólo de la distribución de tendencias y
orientaciones, y de la capacidad de autoanálisis per se de cada
persona, (y por cierto de “autoengaño”, o lo que es lo mismo, la
tendencia exagerada a la ilusión), sino que también de la
circunstancia de que esa distribución de tendencias resulte más o
menos contraria a la influencia del medio, y los valores que en él
se promuevan como positivos.
Es
en este proceso de “autodescubrirse” que cada persona va
“sintiendo” que determinado estímulo le resulta agradable o
desagradable, atractivo o repulsivo, y al mismo tiempo va
confrontando su propia realidad con las presiones ambientales
respecto de lo que es “normal”.
Si
lo que le resulta atractivo y/o agradable es aquello respaldado por
el medio familiar y social como una tendencia positiva y conveniente,
ello se verá reforzado. Si por el contrario, la persona va
descubriendo en sí misma tendencias contrarias al medio, podrá
reaccionar frente a esto con una variedad de respuestas,
habitualmente de ocultamiento, en una forma que puede ser más o
menos mantenida o que puede variar en el tiempo.
La
forma de reaccionar de cada persona, cuando sienta confrontado su
sentir con lo que su entorno considera apropiado, conveniente y
“normal”, dependerá de una enorme multiplicidad de factores.
Desde
luego, de la particular distribución de todas sus tendencias, de
cuan alejada resulte la “tendencia problema” en particular, de la
“normalidad”, y de factores circunstanciales que pueden provocar
“exabruptos” puntuales, más o menos involuntarios. Por ejemplo,
una persona tímida, sumisa, que se cuida mucho de tomar ningún
riesgo, y que sufre intensamente con la alternativa de que cierta
reprobable tendencia suya pudiera ser conocida, muy probablemente
hará importantes esfuerzos para mantenerla oculta. Si esa tendencia
es por ejemplo a la homosexualidad, será una persona que tardará
muchos años en “salir del closet”, o tal vez incluso no lo haga
nunca, optando por una vida completa de “simulada y falsa
normalidad”.
Por
el contrario, si esa misma tendencia a la homosexualidad aparece en
una persona más decidida y temeraria, se dará el caso de que mucho
más pronto que tarde, esa persona se encargará de que su realidad
sea conocida.
Según
veremos más adelante, también participa como factor de más precoz
o tardía divulgación, la intensidad con que esté presente la
“tendencia problema”, sea cual sea ésta, y la intensidad del
rechazo que el medio le presente.
Debemos
resaltar en este punto de nuestro análisis algunas consideraciones
importantes que comienzana asomar en base a lo anterior.
A
través del fenómeno del desarrollo de la conciencia y la
autoconciencia, ocurre que el cerebro secundario, con una progresiva
capacidad de análisis crítico, inicia el proceso de confrontar
aquellas sensaciones, sentimientos, deseos, rechazos, etc, que,
cargados de emocionalidad, provienen del cerebro primario, y obligan
a la persona a auto examinarse, con mayor o menor rigor, según cada
caso en particular.
Si
en este proceso comienzan a aparecer tendencias “confrontacionales”
respecto del cerebro secundario, ello provocará un
“autodescubrimiento” que podrá ser más o menos traumático, y
estarán dadas las condiciones para que esa persona esté destinada a
una vida cargada de conflictos interiores, que podrán tener mejor o
peor resolución. Esta vivencia, el “encontarse a uno mismo”, el
“buscar el propio destino”, el “poder reconciliarse (o no) con
uno mismo”, ha sido mostrada de muchas y variadas maneras a través
de la historia humana en innúmeras expresiones artísticas de todo
tipo.
Desde
luego literarias, teatrales y de cine, entre otras, que se encargan
de recordarnos una tozuda realidad que insiste en harcerse patente
por mucho que algunos pretendan negarla: es el hecho de que nuestras
inclinaciones, en lo fundamental, no son materia de nuestra libre
voluntad, o “libre elección”, sino que son materia de ser
“encontradas” y/o “descubiertas”, pues vienen ya definidas.
Incluídas
por cierto, entre la multiplicidad de tendencias de nuestro cerebro
primario, se encuentra nuestro impulso sexual, respecto del cual
iniciaremos a continuación un trabajo de caracterización lo más
objetivo posible.
En
la medida que va creciendo, la persona va “descubriendo” sus
inclinaciones, y en la medida que estas concuerden con lo socialmente
aceptado, podrá incorporarse natural y fácilmente a las filas de la
“mayoría normal” de la población, concepto que analizaremos a
continuación.
Si
la persona empieza a “descubrir” que sus gustos e inclinaciones
en materia sexual y/o en otros ámbitos relacionados no encajan en
ese esquema “normal”, comenzará primero por disimular para que
sus inclinaciones no sean advertidas por los demás.
Entrará
en conflictos internos de mayor o menor intensidad, y/o saldrá a
enfrentar al mundo, más temprano o más tarde, dependiendo todo ello
de su conformación cerebral primaria-secundaria total, donde van
incluídas todas las determinantes de la conducta, tanto la parte
preprogramada e instintiva (cerebro primario), como la no programada
(cerebro secundario, que incluye la parte racional y la influencia de
la educación, y en general del entorno familiar y social). El debate
persistente respecto de lo que es y no es “moralmente aceptable”
en cuanto al sexo, tema en el que sin duda habrá siempre múltiples
opiniones, deriva habitualmente en el intento de realizar
clasificaciones o “encasillamientos” de los seres humanos y sus
conductas sexuales, distinguiendo lo “normal” de lo “anormal”,
lo “sano” de lo “patológico”, lo “moral” de lo
“inmoral”. etc. Estas clasificaciones tan esquemáticas no son
más que un recurso errado al que se acude para tranquilizarnos en
cuanto a la reconfortante sobresimplificación que nos brinda el
poder autocalificarnos (o auto encasillarnos, aunque sólo sea ante
los ojos ajenos) como “normales, sanos, y morales”.
Muchas
personas, viéndose presionadas, familiar y socialmente, deben
aparentar el pertenecer cabalmente a esta categoría “normal”,
aunque en su interior puedan estar sintiendo y pensando de modo muy
diferente, pero sin poder admitirlo públicamente.
Esto
me recuerda un ejemplo bastante demostrativo sobre el concepto
colectivo de “normalidad”.
En
el informe del clima, que por algún motivo se llama “del tiempo”
en nuestro país, presente diariamiente en la televisión, muchas
veces se realiza la comparación entre la cantidad de lluvias de la
presente temporada y la de un “año normal”.
Esta
es una distorsión de la realidad utilizada con miras a realizar una
comparación simplificada respecto de otros años, puesto que de
hecho se está aludiendo a la cantidad promedio de lluvias que ha
habido en un largo número de años pasados, todas de distinta
magnitud.
Así,
el número de años en que ha llovido una cifra muy cercana o igual a
ese promedio es bastante menor que lo que cualquiera pensaría. O sea
que los “años normales” son probablemente muchos menos que los
“anormales”.
En
la sexualidad pasa algo bastante parecido.
Tal
como hemos expresado anteriormente, una de las características más
salientes del ser humano es la extrema variabilidad en la
conformación y expresión del binomio cerebral primario-secundario,
y por cierto la sexualidad no escapa a esta realidad. (Variabilidad
que lleva a multiples conformaciones en las distintas personas, pero
cuyo componente cerebral primario no variará a lo largo de la vida
de cada individuo en particular, según hemos precisado en capítulos
anteriores).
Desde
este punto de vista no debe extrañarnos entonces la aparición de
los más diversos grupos y subgrupos de personas con las más
diversas combinaciones de orientaciones sexuales, aunque la
determinación exacta de los mecanismos que originan este fenómeno
aún esté pendiente.
Porqué
me refiero a combinaciones de orientaciones, y no simplemente a
“orientacioens sexuales”?
Respecto
de esto, debo puntualizar que, a diferencia de lo habitualmente
aceptado, es mi convicción que en los seres humanos no existen
determinadas orientaciones sexuales específicas y puras, como muchas
veces tratamos de clasificar, encasillar, separando lo “normal”
de lo “anormal”.
Así,
no existen, por ejemplo, heterosexuales u homosexuales puros y
absolutos, sino que en cada persona coexisten, en distinta
proporción, determinadas “intensidades” en la orientación
sexual hacia personas del sexo opuesto, del propio sexo, de
determinados rangos de edad, o hacia objetivos más extraños y de
más difícil interpretación, como niños y/o niñas de corta edad,
animales, objetos inanimados, figuras representativas de distintas
ideas o conceptos, etc etc, en una asociación compleja con otras
tendencias, como a la dominación (poder), al sometimiento, a la
violencia, etc., todo lo cual conforma una variedad enormemente
asombrosa y desconcertante a primera vista.
Podemos
entonces observar que hay muchas personas en las que existe una
orientación claramente predominante o muy predominantemente hacia el
otro sexo, quedando incluídos en este grupo la gran mayoría de las
personas habitualmente encasilladas como “normales”.
El
grupo fundamentalmente homosexual estará entonces constituído por
personas que tienen una orientación predominante o muy predominante
hacia el propio sexo.
Los
bisexuales, por su parte, serán personas en que coexisten, en forma
más o menos equilibrada, orientaciones hacia ambos sexos. (O en que
se agrega un componente muy importante de hipersexualidad, según
veremos a continuación).
Debemos,
también, distinguir a las personas según sea la intensidad de su
impulso sexual, el cual, por cierto, puede llegar a ser muy diferente
de una persona a otra influyendo con singular fuerza en su conducta,
e interviniendo también en la expresión de las orientaciones antes
descritas.
Así,
tenemos factores de tipo biológico, metabólico, de actividad
hormonal, etc, que, entre otros probablemente, determinarán el ritmo
sexual de cada persona, pudiendo éste ser de intensidad alta, media
o baja, el cual se manteniene sin mayor variación durante gran parte
de la vida adulta del individuo. (Lo cual no significa que la
conducta de la persona mantenga permanentemente una actividad
concordante en los hechos).
Estos
impulsos biológicos presionan a la persona para que ésta les brinde
rienda suelta en su materialización, y los caracterizaremos como la
influencia del cerebro primario en la conducta de ese individuo.
Esta
influencia primaria en muchos casos se enfrenta (en otros no, por
cierto) con una oposición franca por parte del cerebro secundario,
que por motivos de racionalidad, formación moral y/o religiosa
familiar, de educación formal, adoctrinamiento, etc, da una
verdadera lucha por inhibir esas materializaciones. (Lucha, que, a su
vez, estará en el origen de una serie de expresiones de conflictos
psíquicos diversos, que a través de la historia y dependiendo de la
disciplina o escuela que a ellas se haya abocado, han sido
categorizadas como neurosis, psicopatías, desordenes psiquiátricos
con componentes compulsivos, adictivos, maníacos, fóbicos, etc,
etc).
Así,
existirán casos en que una determinada intensidad y orientación del
impulso sexual pueda ser manejada más o menos adecuadamente por la
persona, y otros, en que ésta sufrirá importantes conflictos como
resultado de una oposición franca entre estos elementos, y aún
otros, en que la persona finalmente dará vía totalmente libre a una
conducta desenfrenada y promiscua.
Así,
desde el punto de vista estricto de la intensidad del impulso sexual
de cada persona, nos encontramos en un extremo del espectro con
algunos seres humanos que tienen una intensidad y ritmo sexual
espontáneo bastante lento: son los hiposexuales. Se trata de
personas que en general no se apremian mayormente por urgencias
relativas a este tema, y que tienen un ritmo bastante espaciado de
actividad sexual. Siguiendo una distribución estadística típica,
una mayoria de las personas tendrá un ritmo sexual ni muy lento ni
muy rápido, otra vez, fácilmente caracterizable como “normal”.
Para
no sujetarnos a este esquema, que como hemos visto, solo nos lleva al
error, los denominaremos “promediosexuales”. Al otro extremo
están los más apasionados, vigorosos, y “necesitados” (de ambos
sexos), también llamados popularmente “donjuanes, ninfómanas”,
etc, de entre una multiplicidad de apelativos que vienen a denotar el
impacto que estas personas producen en quienes llegan a conocerlos
más o menos de cerca, o íntimamente. A ellos los denominaremos
hipersexuales.
Tienen
un ritmo biológico extremadamente acelerado, son amantes
compulsivos, a tal punto que en muchos aspectos finalmente pasan a
ser más víctimas que favorecidos con su condición. (Maridos y
esposas infieles, con convivencias familiares traumáticas,
sufrimientos y violencias de mayor o menor cuantía, etc, etc,
caracterizan su típica realidad cotidiana).
Por
cierto siempre será discutible el valor intrínseco y relativo de
“lo comido y lo bailado”, a los ojos de distintos “observadores”.
En este punto resulta necesario insistir, una vez más, que de acuerdo al concepto de variabilidad infinita del binomio cerebral primario-secundario, el espectro que agrupa a los 3 grupos que hemos caracterizado acá no tiene divisiones netas, sino que es contínuo. En otras palabras, no existe una separación cualitativa entre hipo, promedio e hiper-sexuales, sino que hay una distribución cuantitativa contínua, integrada por la multitud de fuerzas relativas en todos y cada uno de los rasgos que analicemos, que para este caso en particular, es el del ritmo y vigor del impulso sexual. De esta distribución continua, hemos destacado como ejemplos relevantes a aquellas personas de los extremos y del medio de esta curva, que probablemente sigue la forma típica de una curva de Gauss, con una mayoría de personas del tipo promedio-sexual.
En este punto resulta necesario insistir, una vez más, que de acuerdo al concepto de variabilidad infinita del binomio cerebral primario-secundario, el espectro que agrupa a los 3 grupos que hemos caracterizado acá no tiene divisiones netas, sino que es contínuo. En otras palabras, no existe una separación cualitativa entre hipo, promedio e hiper-sexuales, sino que hay una distribución cuantitativa contínua, integrada por la multitud de fuerzas relativas en todos y cada uno de los rasgos que analicemos, que para este caso en particular, es el del ritmo y vigor del impulso sexual. De esta distribución continua, hemos destacado como ejemplos relevantes a aquellas personas de los extremos y del medio de esta curva, que probablemente sigue la forma típica de una curva de Gauss, con una mayoría de personas del tipo promedio-sexual.
Cual
es el origen y participación exactos de los distintos factores
(genéticos, embriológicos, dependientes del medio ambiente, etc),
que determinan por una parte cuales tendencias y orientaciones
(sexuales y no sexuales) caracterizarán a una persona, y cual será
el ritmo e intensidad del impulso sexual en cada individuo, son
preguntas para las cuales la neurociencia, la biología, la medicina,
la psicología y la psiquiatría, de entre la variedad de disciplinas
que se dedican a estos temas, aún no tienen respuestas definitivas,
pero en cuya investigación ya se comienzan a avizorar explicaciones
científicas coherentes.
Como
ejemplo, debemos citar a la epigenética, ámbito en el que se
estudian los procesos relacionados con los mecanismos de control en
la expresión del código genético.
En
este campo se investiga la participación de sustancias capaces de
estimular o inhibir la expresión de determinados genes, con
importantes grados de variabilidad de un individuo a otro. Son
especialmente interesantes los estudios realizados en gemelos
idénticos, cuyo código genético, (a pesar de ser exactamente
igual), no resulta en una expresión idéntica del espectro de
tendencias que caracterizarán a esos gemelos. Este campo de
investigación es especialmente prometedor, pues nos podría proveer
una explicación concreta de los mecanismos que determinan la
expresión tan variada del código genético en los distintos
individuos, haciendo más racional y lógica la ocurrencia de casos
que hasta ahora nos resultaban difíciles o imposibles de comprender.
De
este modo, dada la participación de estos procesos epigenéticos,
hoy motivo de intenso estudio, es posible que lleguemos a explicarnos
con claridad la ocurrencia del fenómeno de la variabilidad extrema
en la expresión genética durante el proceso embriológico.
Así,
podemos plantear como muy probable, que la incorporación en cada
individuo de todo un espectro de tendencias primarias, (que lo
caracterizarán toda su vida) obedecerá a la participación de todos
estos factores, y, entre las tendencias sexuales, podremos observar
una enorme variedad de combinaciones. En base a la participación,
entonces, de factores tanto genéticos como epigenéticos, podríamos
llegar a explicarnos la existencia, por ejemplo, de aquel muy escaso
número de personas, en que hay una completa indefinición sexual,
tanto biológica como mental (sexos ambiguos, hermafroditas), pasando
por casos en que ocurre una definición opuesta biológico-mental
(transexuales), y subvariedades de combinaciones (más numerosas) de
orientaciones simultáneas con distinto grado de intensidad, que
producen una probable mayoría de individuos fundamentalmente
heterosexuales, pasando por un número de bisexuales, y llegando en
el otro extremo a un número de personas fundamentalmente
homosexuales.
Indudablemente
tienen cabida acá el sinnúmero de variedades y subvariedades
conocidas através de la historia humana, con tendencias y
expresiones sexuales y parasexuales en que, entre muchos otros,
aparecen los sadomasoquistas, voyeristas, exhibicionistas,
onanistas-fantasistas, fetichistas, frotistas, pedófilos,
necrófilos, zoófilos, etc, etc.
A
este respecto, es interesante revisar los contenidos y el cambio en
el tiempo que han tenido las clasificaciones de las patologías
psiquiátricas, directa e indirectamente relacionadas al sexo.
Resulta notable que hasta hace pocos años tanto la homosexualidad
como la transexualidad estaban incluídas oficialmente en el listado
de enfermedades mentales.
Se
han realizado distintos estudios para observar la distribución
demográfica de las orientaciones sexuales, por ejemplo a traves de
encuestas telefónicas masivas, pero sus resultados, que dan
abrumadoras mayorías para los heterosexuales, han sido muy
discutidos, precisamente por el sesgo que impone la presión social,
haciendo que muchos oculten sus verdaderas inclinaciones.
Con
todos estos antecedentes, prefiero definir a las personas, en función
de su orientación sexual, como “fundamentalmente” heterosexuales
u homosexuales, o con ambas balanceadas, o sea, bisexuales. También
se podría usar el término “preferentemente”, por ejemplo,
preferentemente heterosexual, sin embargo, es mejor reservar el
término preferencia para la elección que realiza un individuo al
concretar una determinada conducta sexual de entre aquellas
materialmente disponibles en una determinada circunstancia, la cual
no necesariamente es la “ideal” o “más preferida”, para esa
persona.
Esto
explica mejor porqué, estando disponibles múltiples oportunidades y
tipos de materialización de conducta sexual, el sujeto tenderá más
a realizar aquello para lo cual está más inclinado, y menos, a las
demás.
Un
ejemplo muy reconocido y estudiado, que en base a esta reflexión
podemos comprender más fácilmente, es el de que en circunstancias
de confinamiento (institutos educacionales segregados por sexo,
cárceles, institutos militares, etc), las personas son capaces de
variar con mayor o menor facilidad su conducta sexual fundamental,
realizando por ejemplo actividad homosexual sólo durante el período
de “reclusión”, y regresando a su actividad “propia” al
volver a la vida social abierta. (Sin duda el hipersexual tendrá
mayor necesidad de realizar prontamente la actividad sexual que su
organismo le pide, y frente a las opciones disponibles, le costará
menos “alejarse” de sus orientaciones preferidas, dado que la
satisfacción de su urgencia sexual será prioritaria).
En
resumen:
Como
hemos sostenido previamente, y al igual que las demás tendencias,
las tendencias sexuales del ser humano vienen preprogramadas en el
cerebro primario, y por tanto, no son materia de “libre decisión”
por parte del individuo.
Su
expresión en conducta sexual concreta y en declaración pública en
cuanto a orientación sexual dependerá de las circunstancias
sociales, si éstas son más o menos permisivas.
En
aquellas sociedades más conservadoras resultará mucho más dificil
admitir públicamente tendencias sexuales no aceptadas, tanto más
cuanto mayores sean los castigos, de todo orden, que esas
“transgresiones” impliquen.
Por
esta misma razón, dado que existen las conductas sexuales
clasificadas socialmente como “normales”, y resulta bien visto
pertenecer a ese grupo de seres humanos, da la impresión de que los
heterosexuales “puros” fueran la abrumadora mayoría de la
población, cuando en realidad las personas “muy fundamentalmente
heterosexuales” deben ser menos de lo que suponemos y estamos
dispuestos a aceptar.
Toda
la diversa gama de subvariedades en las tendencias sexuales
existentes, muchas de las cuales aparecen sólo en ambientes
“underground”, o en expresiones declaradas abiertamente ilegales
en muchas sociedades, responden a la existencia de la gran variedad
de conformaciones cerebrales (primario-secundario) del ser humano,
mostrándonos más objetivamente cómo somos en realidad.
La
influencia del medio ambiente puede entonces moderar o modificar, o
incluso anular, tanto la expresión pública de una determinada
orientación sexual, como su concreción material, aunque esto sin
duda mucho menos efectivamente que lo primero.
Lo
que no puede, es eliminar de nuestro cerebro primario las tendencias
con que éste viene preprogramado.
Consideraciones
finales:
En
el mundo comienza a prevalecer cada vez con más fuerza la idea de
que la orientación sexual es algo con lo que “se nace”, y que el
hecho de no ser heterosexual no constituye necesariamente una
patología. Esto a pesar de que siempre existen grupos
ultraconservadores que preferirán relacionar estas “desviaciones”
con la enfermedad, la anormalidad, y/o el pecado.
Me
parece que la interpretación de la sexualidad humana como expresión
de la enorme variablidad de la conformación del binomio cerebral
primario-secundario, es más objetiva y coherente con la realidad,
que aquella interpretación más idealizada y “pura” que
tradicionalmente se ha utilizado, probablemente con miras a
incorporar un elemento “educativo” y “normalizador” en la
enseñanza de estos temas, de por sí complicados de tratar,
especialmente con los jóvenes, para muchas personas.
No
deseo terminar esta refexión sin aludir a un grupo de personas que
constituyen un problema y desafío social de la más alta
complejidad: los pedófilos.
Esta
subvariedad de tendencia sexual extrema es especialmente compleja de
comprender y tratar.
Los
pedófilos, que sin duda constituyen un peligro para la sociedad, más
allá de que estemos o no de acuerdo en clasificarlos como “variedad”
o franca patología, son capaces de provocar importantes daños y
sufrimientos, que sin duda deben ser prevenidos y evitados.
Estas
personas son un ejemplo de la existencia de tendencias especialmente
extremas y poderosas, frente a las cuales no ha tenido éxito real
ningún procedimiento, médico o de otra naturaleza, con miras a su
prevención o a su rehabilitación.
Las
distintas sociedades han tratado este problema con los más diversos
medios, herramientas y mecanismos, todas con muy baja o nula tasa de
resultados positivos.
El
lograr desincentivar o contener efectivamente el accionar de los
pedófilos es aún una tarea pendiente.
Esto
es una demostración muy clara del hecho de que estas tendencias
están “grabadas a fuego” en los cerebros primarios de estas
personas, y por tanto, a falta de una tecnología capaz de modificar
en forma selectiva la raíz de esta programación, seguiremos, quizás
por mucho tiempo, logrando poco éxito en la prevención de estos
delitos.
Finalmente,
debemos realizar algunas precisiones sobre la categorización y/o
calificación, como compulsivas o adictivas de ciertas conductas
sexuales (que en realidad muchas veces no son más que la expresión
de individuos hipersexuales) y que han sido relacionadas con sus
equivalentes no sexuales en el estudio de las patologías o
desórdenes psiquiátricos. Entre ellas, la adicción al juego de
apuestas, y en general las adicciones a, y dependencia de, sustancias
del tipo del alcohol, la nicotina y otras drogas.
Sin
pretender entrar aún a analizar estos temas, que sin duda serán
objeto de más de un capítulo en un futuro, espero cercano, debo
adelantar que resulta necesario tomar distancia, una vez más, de los
encasillamientos precipitados.
Respecto
de estas manifestaciones del comportamiento humano, el definir las
fronteras entre lo patológico y lo sano, entre la causalidad que
relaciona una tendencia con un efecto nocivo, entre la existencia de
una tendencia que lleva a una enfermedad, o una variación o
alteración genética que puede estar manifestándose como una
tendencia, una conducta que podamos llamar adictiva o compulsiva, o
el distinguir claramente una tendencia determinada de una conducta
concreta, que se realiza sólo por ser la opción disponible, pero no
la idealmente deseada, son todas situaciones sobre las que resulta
difícil acertar con precisión, y por el contrario, resulta fácil
llegar a conclusiones tan rápidas como equivocadas.
Esto
ha sido especialmente cierto en el pasado, se mantiene en importante
medida aún hoy, y persistirá mientras debamos seguir a la espera de
que el progreso científico en el ámbito de la neurociencia y
disciplinas relacionadas, nos permita aclarar en forma precisa y
acabada, los mecanismos exactos que determinan la fascinante, y al
mismo tiempo desconcertante, conducta humana.
Jorge
Lizama León.
Santiago,
junio 2009.