sábado, 8 de marzo de 2014

Capítulo 1 : Reflexiones Iniciales.



“Lo que nos distingue de los animales es nuestra voluntad racional, nuestra capacidad de diferenciar y preferir el bien sobre el mal”.

“Los animales no actúan por maldad, pero el ser humano si”

Estas ideas, evidentemente antagónicas, las he leído y oído varias veces a lo largo de mi vida, y siempre me llamaron la atención.

Muchas veces me he preguntado:

Cuánto del accionar humano, su conducta, el factor último en la toma de una decisión, responde a su esfera racional, y cuánto, a su instinto animal?

El concepto de bien y mal es connatural al ser humano, y está fuertemente arraigado en todo los ámbitos del quehacer social, a través de toda nuestra historia sobre la tierra, en todas las culturas.

Los conceptos de justicia, derechos y responsabilidades, valores morales , conducta socialmente aceptada, etc, comienzan a ser inculcados a los niños desde muy temprano, con el objeto de lograr que todas las personas, idealmente, respeten y hagan respetar estas normas, por el bien de cada uno y de la sociedad en general.

Las religiones, por su parte, incorporan en sus doctrinas como conceptos de importancia primordial, las ideas del bien y del mal, la existencia de virtudes y defectos, y se esmeran por guiar a sus fieles por el camino apropiado, lejos del pecado y con la promesa de premios para quienes respeten y cumplan los mandamientos, y castigo para los otros.

Existe así todo un fundamento conceptual en las sociedades destinado a brindar un cierto orden, que se preocupa tanto de la conducta individual como colectiva del ser humano, el cual resulta necesario porque aunque “estemos naturalmente inclinados hacia el bien” muchas veces no lo practicamos.

No estamos entonces tan “naturalmente” inclinados hacia el bien?

El temor al castigo humano (tribunales de justicia y cárcel ) y al castigo divino (juicio final y distintas formas de infierno, según la religión que profesemos), son un factor importante entonces que disuade a muchas personas “tentadas” de inclinarse hacia el mal, y es un hecho reconocido que en aquellas circunstancias en que no impera la ley ni el orden, el ser humano es capaz de las mayores bajezas y atrocidades.

Aún en aquellas circunstancias en que los sistemas destinados a resguardar la ley y el orden , y a garantizar el imperio del estado de derecho, estén vigentes y en aplicación, hay un número importante de personas que opta por lo incorrecto, por lo abusivo, por la apropiación indebida de bienes o derechos ajenos, y se muestra más preocupada que su falta no sea conocida por la sociedad que de no cometer esos ilícitos, y por cierto, muy preocupados de evadir los castigos a que pueden hacerse acreedores.

Porqué existen asesinos, violadores, pedófilos, ladrones, estafadores, maridos infieles, sicópatas del volante, simuladores de éxito y riqueza, etc, entre muchos “menos inclinados” hacia el bien, la corrección y la verdad?

Qué hace que en una familia muy rica, poderosa, de gran educación e inserta en los más elevados círculos sociales, aparezca una “oveja negra”, con ideas de extrema izquierda, jugada por ideas revolucionarias que la llevan a arriesgar su propia vida en aras de sus ideales?

Porqué, en el reverso de esa medalla, nacen en estratos extremadamente pobres personas de muy escasa conciencia social, que se sienten cómodos en una sociedad en que coexisten extremas riquezas, pobrezas y desigualdad de oportunidades, y se incorporan a partidos políticos de extrema derecha y apoyan a los más poderosos grupos económicos?

Hasta la segunda mitad del siglo 20, la psiquiatría fue una especialidad médica que normalmente estudió y pretendió tratar las enfermedades y desórdenes mentales desde una perspectiva puramente psicológica y no orgánica. Aparecieron distintas escuelas psiquiátricas que se abocaron al estudio de los pacientes con distintos enfoques, al tiempo que enfrentaban el diseño de las terapias en base a criterios empíricos, para elegir tratamientos como psicoterapia, electroshock, y medicamentos de efecto calmante, depresor o estimulador, según el caso, de acuerdo a los efectos que se deseaba obtener en los pacientes.

Cada día más, desde entonces, con el advenimiento de la neuropsiquiatría, y en general, con el avance de todas las disciplinas que se dedican a la neurociencia, se ha venido reconociendo la importancia del estudio del sustrato orgánico, cerebral y sistémico, de las enfermedades mentales, dado que aparece cada vez menos creíble que pueda coexistir una mente enferma con un cerebro sano.

El conjunto de ideas expuestas precedentemente y las interrogantes planteadas, entre muchas otras que no he detallado aca, me han ido sugiriendo, cada vez con más fuerza, la necesidad de buscar una alternativa teórica más realista y racional que dé cuenta, y sea capaz, de explicarnos porqué las cosas ocurren tal y como la vida nos muestra día a día, y sea por tanto capaz de aclarar los aparentes contrasentidos que acá he expuesto .

Es mi convicción actual que no sólo las características físicas de un individuo son determinadas genéticamente, también la genética es la responsable del coeficiente intelectual alcanzable, y de las “inclinaciones” y “tendencias” que caracterizan a cada persona.

Así, la genética sería capaz de determinar no sólo la apariencia, tamaño, fuerza, resistencia a las enfermedades de una persona, sino también su mayor o menor inclinación a los valores humanos conceptuales. Sentido de justicia, responsabilidad, protección de los derechos de las personas, honestidad, temeridad, cobardía, preferencias sexuales, posicionamiento político, religioso, etc, estarían todos fundamentalmente determinados genéticamente, al tiempo que el medio ambiente tendría una influencia menos relevante.

Esta teoría tiene la virtud potencial de permitirnos llegar a comprender muchos hechos que hasta ahora no han sido explicados ni por la ciencia ni por la religión, pero al mismo tiempo debilita la tranquilizadora existencia de los conceptos de bien y mal como entidades puras e innegables en que hemos basado toda nuestra estructura valórica hasta hoy, y nuestro pretendido “libre albedrío”, concepto que hoy me aparece tan hermoso como ilusorio.

Dado el enorme avance que está experimentando el estudio del ADN, y a futuro la posibilidad cierta de la comprensión total de los mecanismos íntimos del funcionamimento cerebral, empieza a abrirse la posibilidad de que comencemos a estudiar nuestros códigos genéticos no sólo con miras a explicarnos nuestra constitución orgánica física, estudio y cura de enfermedades, etc, sino que también, podamos en algún momento, comenzar a estudiar patrones genéticos asociados a patrones cerebrales y conductuales. Las perspectivas potenciales de todo esto son aún inimaginables, pero podríamos empezar a soñar….., y a temer.

Jorge Lizama León.

Santiago, Chile, 2005


Nota del autor:

Han pasado ya varios años desde que publiqué estas ideas originalmente en conductahumana.blogspot.com , y luego en otros sitios, como conductahumana.cl y parcialmente en behaviordecisions.blogspot.com

Tanto el avance científico como mi propia percepción y análisis de estas materias han sufrido variaciones y refinamientos, por lo que estimo necesario realizar algunas precisiones sobre los conceptos que aparecen tanto en este capítulo como en los próximos.

Cuando hablo de que la genética es capaz de determinar rasgos de personalidad, tendencias, orientaciones, etc, de todo tipo, ello se presta para interpretar erradamente, a la luz del conocimiento actual, que los genes serían como planos o sets de instrucciones totalmente predeterminados, respecto de los cuales, para cada embrión en desarrollo, existe un sólo e inalterable destino. "Nuestro destino está escrito en nuestros genes" es una idea equivocada que lamentablemente está siendo explotada por, entre otros, empresas que venden kits de ADN, que cual una carta astral, contendría todo el futuro de una persona.

Al respecto debo precisar que hoy se sabe fundadamente que tanto la información genética, (secuencia de bases) como los procesos epigenéticos que sufrirá el nuevo ser humano, primero como cigoto, luego como embrión, feto, y luego como un ser en desarrollo extrauterino, tienen todos un grado de incerteza en el resultado final. Esta incerteza se debe tanto al proceso mismo de desarrollo en cuanto a que las instrucciones genéticas tienen un inherente grado de variabilidad, como que los procesos epigenéticos intrauterinos y extrauterinos admiten variaciones en el resultado fenotípico, el cual incluye las tendencias y orientaciones, cuyo desarrollo depende tanto de esta variabilidad inherente como de influencias del medio ambiente. Para estos efectos, el medio ambiente está representado tanto por el entorno inmediato como más lejano del ser en desarrollo, con una participación de cada factor, que no es posible de dimensionar con exactitud, al menos hasta ahora.

Esta precisión, en todo caso, no invalida el concepto fundamental expresado a través de todos los capítulos de esta teoría, cual es que, una vez que el ser humano en desarrollo ha cumplido la etapa correspondiente a los primeros años de vida, muy probablemente menos de 3, ya está en un proceso de consolidación de las tendencias y orientaciones que lo caracterizarán a lo largo de toda su vida, con nulo o escasa posibilidad de variación fundamental en el futuro.
Para el detalle de lo que quiero definir como tendencias y orientaciones, de todo tipo, aparecen in extenso en los próximos capítulos.

Jorge Lizama León.
Febrero de 2020.


Capítulo 2 : Vemos Todos Igual la "Realidad"?


Cada persona ve y analiza el mundo de una forma propia y única.
Este es el origen de los gustos y las opiniones.
Es como que cada uno de nosotros naciera con un filtro que le hace percibir y analizar la realidad de un modo particular, distinto e imposible de comparar con el de los demás.
Sin duda la experiencia personal de cada uno influye modulando nuestras apreciaciones, pero ello no cambia el que nuestra forma personal y única de ver, asimilar y “sentir” el mundo, tanto exterior como interior, termine siempre consituyendo el factor más importante que determina nuestra percepción y nuestra conciencia, y, consecuentemente, nuestra conducta.
El origen de este “filtro” personal está dado por la particular conformación y funcionamiento del cerebro y los demás órganos de cada persona.
Esta particular conformación orgánica está determinada en su origen por la carga genética que cada persona ha heredado.
Sin embargo, por motivos que aún no comprendemos cabalmente, dado que el avance científico y tecnológico aún no nos lo permite, aún cuando la informacíón genética pueda ser muy parecida o incluso teóricamente idéntica (gemelos monocigotos), pareciera que el resultado orgánico tiene siempre diferencias.
Tradicionalmente se ha atribuído mucha importancia a la influencia del medio ambiente en la conformación del “carácter”, como factor que se une al “temperamento”, de origen biológico-hereditario, para determinar la “personalidad” de cada individuo.
Se ha llegado en algunas corrientes científicas o seudo científicas a la pretensión de que es posible, si se parte entrenando y adoctrinando a personas desde muy temparana edad, influir a tal punto en su desarrollo físico y mental que es posible lograr con ellas cualquier producto, por ejemplo eximios artistas, soldados, jueces, etc.

No puedo sentirme más contrario de esta forma de pensar. Desde ya me parece que esto nunca ha podido lograrse, más allá de causar a las pobres víctimas de estos experimentos verdaderos tormentos y traumas de consecuencias bastante espantosas.

Todo parece indicar que el “filtro” con que nacemos es el factor de mayor preponderancia.

Un hecho que me parece relevante es la inmutabilidad de este filtro a lo largo de la vida de las personas.

En el saber popular es típica la caracterización individual, como un ejercicio recurrente que produce una rara satisfacción.

“Yo ya se que tipo de persona es este individuo: es un ladrón y estafador, es absolutamente deshonesto, ten cuidado con él, puesto que si puede se va a aprovechar de ti. Y no le creas si te dice que ha cambiado, esta gente no cambia nunca”

Esta típica frase de caracterización negativa de una persona se habrá repetido millones de veces en la historia humana, todos la hemos oído seguramente más de una vez.

Como expresé en la primera parte de estas reflexiones, las personas normalmente cuidan el mantener una apariencia que sea aceptada y bien recibida por los demás. El grado de preocupación o intensidad de esta actitud de mantener una buena imagen frente a los demás también pareciera estar determinado genéticamente, siendo extremadamente importante para algunos, y menos para otros.

Así, para muchos no es importante si sus principios y valores (o falta de ellos), están en concordancia con sus actos, puesto que prefieren privilegiar determinada decisiones con miras a una conveniencia pragmática para la obtención de beneficios concretos.

Para otros, sus principios y valores tienen una importancia tan relevante que los anteponen a su conveniencia inmediata, a cualquier precio, incluso arriesgando la propia vida, en casos extremos.

Así, las personas pueden resultar fáciles o difíciles de ser “encasilladas” en alguna categoría , ej. personas claramente honestas o deshonestas, francas y directas, o ladinas y simuladoras, especialmente esto último cuando lo que realmente piensan y sienten no es lo “correcto” o lo “socialmente aceptado”.

Más allá de la mayor o menor consecuencia entre el “pensar” y el “actuar”, cuya variabilidad nos impide un análisis más simple de la conducta humana, al mismo tiempo que lo hace más interesante, pareciera que las determinantes en las tomas de decisiones tienen un componente instintivo e inconsciente muy importante, el cual se expresa en su forma más pura mientras mas apremiante sea la situación en que se encuentra un individuo.

Así, ante situaciones extremas, como terremotos, incendios, asaltos, accidentes del tránsito con heridos graves, etc, aparecen las respuestas más “puras” del individuo, y vemos actos heroicos, cobardes, egoístas, altruistas, revanchistas, etc.

Se expresan así las tendencias naturales de los individuos, que son propias y distintas en cada uno, y que normalmente, cuando no concuerdan con “lo socialmente correcto, deseable y aceptable” son mantenidas en reserva en las situaciones normales del diario vivir. Esto no significa que porque se oculten no estén ahí y no se expresen en forma encubierta o más o menos secreta.

Comenzamos a entrar acá a un tema de la mayor relevancia: cuales tendencias y conductas del ser humano son “sanas”, “normales”, “naturales”, “patológicas”, “socialmente aceptables o inaceptables”, etc,.

Cual es el origen de estas tendencias, y cuánto control tiene el ser humano para decidir libremente sobre si seguir sus tendencias o instintos, cuando y cuanto refrenarse si son objetadas o condenadas socialmente, y por cierto, cuánta es su responsabilidad respecto de su conducta final, son interrogantes de la mayor trascendencia.

Basados en la idea del libre albedrío pleno, que desde ya adelanto que me parece utópica e irreal, cualquier individuo puede ser declarado con “discernimiento” y “responsable” de sus actos si determinados especialistas dictaminan que no está loco o demente, y supera determinadas pruebas a que es sometido.

“Es capaz de distinguir el bien del mal, puede ser juzgado y condenado”.

Qué pasa si de nuestros estudios e investigaciones empezamos a concluir que en realidad el ser humano no es “tan” libre para juzgar y decidir en cualquier situación?

Que pasaría si en el conocimiento humano comienza a ser cada día más aceptado el hecho de que las “tendencias”, unas más apremiantes que otras, como las sexuales, las religiosas, a la defensa de la “justicia”, al respeto de los derechos ajenos, a la drogadicción, etc, tienen una base genética y cerebral sobre la cual la persona no tiene completo control, y de las cuales no es capaz de deshacerse aunque ese sea su deseo racional?

Podremos seguir considerando como el más correcto y apropiado el esquema judicial por el que nos regimos?

Debemos seguir considerando los actuales sistemas de prevención de delitos, protección de posibles víctimas, de rehabilitación, etc., como los más apropiados y válidos a la luz de esta nueva interpretación de la conducta humana?

En la medida que avancemos en la investigación del funcionamiento cerebral y la conducta de las personas, cuyo estudio recién comienza a estar disponible con la tecnología a nuestro alcance en este siglo 21, debemos estar preparados para comenzar una completa reinterpretación de las motivaciones y determinantes de la conducta humana.

La cantidad de información ya disponible es enorme, y los trabajos sobre estos temas llevados a cabo por miles de investigadores en todo el mundo están abriendo nuevos caminos, que espero puedan conducir a la especie humana hacia una realidad más objetiva y consecuente, más libre de mitos, de mejor calidad de vida para todos , incluída una mejor protección tanto para los potenciales agresores como los potenciales agredidos.

Jorge Lizama León

Santiago, Chile, enero 2006.

Capítulo 3 : Concepto de los 2 Procesadores.



Desde siempre, desde los albores de la evolución del homínido hacia el humano, desde aquellos remotos tiempos en que surgió el lenguaje, la escritura, y posteriormente, durante toda nuestra historia conocida, el ser humano, tanto en el estudio científico de su propia realidad, como en la interpretación mundana, lógica y simple realizada por cualquier hijo/hija de vecino, ha partido de una base que nunca ha sido objeto de cuestionamiento: que tenemos UN cerebro superior al de los animales, y que éste es el producto de la creación divina y/o de una evolución privilegiada, llegando a ser tal como lo conocemos hasta ahora.

Si asumimos que ha sido creado por Dios, quien ha sido capaz de crear no sólo al hombre sino que todas las maravillas del universo y la naturaleza, resulta lógico pensar que este cerebro nuestro (el mejor y más avanzado en todo el reino animal) es lo mejor que Dios podía producir. Si somos más creyentes en la teorías evolutivas, aceptamos como un hecho que nuestro cerebro evolucionó en forma armónica desde un “modelo” más primitivo, hasta este “último modelo” del hombre contemporáneo, con grandes capacidades intelectuales.

No obstante, y al mismo tiempo, todos reconocemos que como seres humanos somos terriblemente imperfectos, tanto por nuestra conducta personal como colectiva (malas decisiones, conflictos de todo tipo, grandes sufrimientos, enormes sentimientos de culpa, crímenes, guerras, etc, que caracterizan hoy la vida del ser humano, al igual que la han caracterizado a través de toda la historia que conocemos).

Aparece entonces este contrasentido, porqué el ser humano, que cuenta con el mejor cerebro del reino animal, que ha sido capaz de modificar la naturaleza, viajar al espacio, llevando adelante un desarrollo científico y tecnológico espectacular, ha seguido al mismo tiempo comportándose en muchos sentidos como un animal depredador, violento, celoso, e “inhumano”?

La explicación más tradicional y simplista ha sido que tenemos un lado “bueno” y un lado “malo”, que somos al mismo tiempo lobos y ovejas, y que por esto podemos realizar los sacrificios más altruistas al mismo tiempo que las bajezas más espantosas.

Al respecto, innúmeros pensadores, filósofos, psicoanalistas, científicos, religiosos, etc, han elaborado una gran cantidad de teorías para tratar de explicar estos contrasentidos.

Sin embargo, que pasaría si pensamos que talvez el cerebro humano no es tan perfecto, simplemente por un problema “técnico” en su diseño y construcción?

Una posibilidad muy sugerente es que tal vez en él en realidad coexisten, funcionando simultáneamente, 2 cerebros, no adecuadamente integrados entre sí.

Esto es mucho más fácil de comprender desde el punto de vista evolutivo.

Dado que compartimos una enormidad de características comunes con los animales, especialmente con los mamíferos, grupo al que pertenecemos, es natural aceptar que contamos con un cerebro que al menos tiene todas esas capacidades. Tenemos además el intelecto superior que nos distingue de todos ellos como humanos, siendo capaces de cosas que los animales simplemente no pueden realizar.

Desde hace mucho tiempo se acepta, desde el punto de vista evolutivo, que sobre el cerebro originalmente “animal” de los primeros homínidos, fue desarrollándose una gran corteza que progresivamente fue capaz de un pensamiento más abstracto y elaborado, surgiendo así el lenguaje, la escritura, la agricultura, etc, como hechos que marcaron esta “diferenciación” desde lo puramente animal.

Al mismo tiempo se ha aceptado universalmente que este cerebro ha integrado en forma más o menos armónica todas estas capacidades, tanto las primitivas como las modernas. 

Pero....y si esto no fuera así? Si en realidad nuestra evolución fue “imperfecta” en el sentido de que en el ser humano el cerebro primitivo (animal) y el neocerebro (humano) siguen coexistiendo en forma más o menos inarmónica, e incluso muchas veces francamente conflictiva?

Esta posibilidad es mucho más lógica al momento de tratar de interpretar la realidad conductual individual y social del ser humano a través de su historia.

Tenemos así, al mismo tiempo, dentro de nuestro cerebro, formas de ver y sentir la “realidad” que son complejas y contradictorias, y realizamos actos que a veces son producto de decisiones fríamente calculadas y planificadas, y otras veces realizamos actos absolutamente imprevistos, irreflexivos, de los cuales nos arrepentimos intensamente con posterioridad.

Resulta entonces más fácil comprender que todo esto no está reflejando más que nuestro propio conflicto intracerebral, que en realidad al actuar estamos respondiendo, según el caso, ya sea a nuestro cerebro primitivo, o a nuestro cerebro moderno, o muchas veces tomamos una decisión extraña que es una rara mezcla producto de una combinación de la influencia de ambos. Otras veces es tal nuestro conflicto interno que simplemente no somos capaces de tomar ninguna decisión y caemos en la inacción.

Con todos estos antecedentes, podemos avanzar entonces hacia una esquematización inicial y básica, sobre la que seguiremos elaborando en esta apasionante tarea de ir construyendo esta “Nueva Teoría sobre la Conducta Humana”.

El cerebro humano integra, desde el punto de vista funcional, 2 cerebros, que para estar más acorde con nuestro mundo moderno llamaremos “procesadores”, inter-relacionados, pero de distinto origen y características.

Estos son el Procesador Primario (PP) y el Procesador Secundario (PS).

1. El Procesador Primario, (arcaico), se relaciona con las zonas más primitivas en la evolución del desarrollo cerebral.(en principio, similar al de los animales).

Sus principales características son:

a. se relaciona especialmente con los instintos y las emociones, por lo que se expresa especialmente en el “sentir” del individuo.

b. influye poderosamente en nuestra “interpretación” del mundo (propia y única de cada ser humano), generando la base de nuestros gustos, opiniones, valores y tendencias (drives), pudiendo estas últimas ser de intensidad y direccionalidad enormemente diversas, según veremos más adelante, al punto de poder resultar totalmente contrapuestas con lo socialmente aceptado, el bien común, y nuestra propia racionalidad (PS).

c. cuenta con una pre-programación muy importante y trascendente, que se transmite genéticamente de padres a hijos. Es capaz de generar respuestas automáticas en las que no interviene (o incluso desafía a) la parte conciente del individuo (Procesador Secundario).

d. al estar ligado a los instintos más básicos del individuo, es el encargado de procesar la información y generar las respuestas a las situaciones más apremiantes (instinto de conservación o supervivencia (individual y grupal o social), huida o ataque ante una amenaza, instinto (y tendencia) sexual, sentimientos de amor, odio, exaltación, verguenza, dolor, placer, evaluación y categorización pre-conciente de otros individuos y situaciones, etc).

e. es muy automatizado, y muy rápido (es capaz de responder en centésimas o milésimas de segundo) actúa preferentemente en la fase pre-conciente o inconciente del individuo.

f. tiene la capacidad de influir poderosamente en el Procesador Secundario, siendo capaz de modular el accionar de este último, al mismo tiempo que esta influencia es en general poco reconocida o advertida por el PS (por el mismo carácter preconciente del Procesador Primario).

g. se relaciona con la inteligencia “emocional” del individuo.

h. muchas veces genera conductas que resultan parcial o totalmente opuestas a las sugeridas por el Procesador Secundario frente a una misma circunstancia.



2. El Procesador Secundario (PS), se relaciona con la parte más nueva en el desarrollo evolutivo del cerebro humano, (neocerebro, neocortex) y su campo funcional se refiere a los procesos cerebrales más elaborados y abstractos del individuo. (la parte menos desarrollada en los animales).

Sus principales características son:

a. se expresa esencialmente en el “pensar” del individuo.

b. carece de pre-programación, es un sistema que empieza de cero, con el nacimiento, y va incorporando información proveniente del medio externo (sentidos) e interno, (información que es afectada, modulada, “intervenida”, por el procesador primario).

b. Si bien es capaz de influenciar al procesador primario, esta capacidad es menor que la contraria (al menos hasta el presente estado evolutivo), o sea, menor que la que el PP tiene sobre el PS.

c. se relaciona fundamentalmente con la conciencia del ser humano, le permite el pensamiento abstracto, la imaginación elaborada, los conceptos de tiempo y espacio, la anticipación analítica de hechos futuros, cercanos y lejanos, y la rememoración analítica detallada de hechos pasados.

d. Permite al individuo tener conciencia (darse cuenta) de su propia existencia.

e. Es relativamente lento en su funcionamiento (mucho más lento que el PP).

f. su funcionamiento está en todo momento modulado por el PP.

g. se relaciona con la llamada “inteligencia pura” o aplicada.

h. muchas veces sugiere conductas parcial o totalmente opuestas a las generadas por el PP ante una misma circunstancia, lo que provoca conflictos al individuo.

La interacción de estos 2 cerebros, muchas veces opuesta y conflictiva, sería entonces la base de una conducta humana que nos aparece muchas veces tan difícil de comprender. Las características propias y únicas que cada cerebro humano tiene (ver capítulos 1 y 2) dependerían de una carga genética específica que cada uno de nosotros trae, y de una expresión anatómica, funcional y conductual que es también única y propia de cada individuo, incluso en los casos de aquellos hermanos que han sido “nacidos y criados” en un entorno similar por unos mismos padre y madre.

Así, la influencia del medio ambiente en la conformación del “carácter” de una persona sería sólo parcial, pues ella estaría siendo recibida en cada caso, y siempre de una manera diferente, por un “terreno” único e irrepetible.

Podemos decir, en este punto, que el esquema precedente nos podrá servir como base o columna vertebral para seguir elaborando nuestra teoría sobre los verdaderos determinantes de la conducta humana.

Dado que la tecnología actual aún no nos permite conocer con claridad y exactitud los mecanismos de funcionamiento de nuestro cerebro, deberemos esperar a que ella siga progresando para, paso a paso, poder agregar un sustrato más científico a estas elaboraciones teóricas, basadas en la reflexión pura y en los limitados conocimientos científicos específicos por ahora disponibles.

Durante los próximos años, no me cabe ninguna duda, toda esta reflexión teórica podrá ir siendo avalada o desmentida por hechos comprobables a través de estudios basados en una capacidad científico-tecnológica que seguirá desarrollándose a un ritmo cada vez más impresionante.

A contar del próximo capítulo, junto con aplicar este modelo interpretativo a situaciones concretas de la vida del ser humano, para tratar de lograr explicaciones más lógicas y razonables a situaciones que nos aparecen muchas veces como incomprensibles o “irracionales”, comenzaré a integrar elementos de reflexión e información provenientes del trabajo de filósofos, científicos y religiosos notables, antiguos y contemporáneos, cuya obra he estado dedicado a estudiar en forma focalizada y dirigida desde el último año.



Jorge Lizama León

Santiago, Diciembre de 2007.

Capítulo 4 : Doble Cerebro y Tendencias Primarias.



En este punto, y utilizando los elementos expuestos en los capítulos anteriores, podemos comenzar a esbozar un esquema un poco más elaborado de cómo podría ser la organización gruesa de funcionamiento de la mente humana respecto de los factores que determinan y/o afectan la toma de decisiones y por tanto la conducta de cada individuo.

Si bien estos planteamientos tienen una base teórica donde se integran por una parte la información científica incompleta hoy disponible, la observación empírica de la conducta humana, y la reflexión pura, puesto que aún no disponemos de información acabada ni una tecnología capaz de estudiar con precisión el cerebro humano en el nivel neuronal más fino , este trabajo pretende plantear una alternativa distinta, más lógica y menos idealizada, respecto de porqué el ser humano se comporta tal como lo hace en el mundo real, en forma muchas veces tan egoísta, cruel, violenta y deshumanizada, y en otras, con tanta entrega altruista y generosa, en beneficio de los demás.

Recapitulando, recordemos que en nuestra teoría el ser humano cuenta en realidad, desde el punto de vista funcional, no con uno, sino con dos cerebros, de distinto tiempo evolutivo: el cerebro primario, más parecido y comparable al de los demás mamíferos, y el cerebro secundario, o neocerebro, que es el que lo distingue de aquellos, dándole las características y capacidades humanas más elevadas, que le son propias y únicas.

No es posible ni conveniente pretender una caracterización anátomo funcional precisa entre ambos cerebros, por una parte por no contar aún con la tecnología necesaria, y por otra, porque a través de sus miles años de evolución, es muy probable que en el encéfalo humano se haya ido produciendo una modificación en la asignación de funciones de zonas o estructuras que originalmente tenían otro propósito. Ello unido a la enorme capacidad de asociación interzonas, caracterizadas por complejos sistemas de retroalimentación tanto positiva como negativa entre ellas. No obstante lo anterior, es claro que el cerebro secundario se asienta fundamentalmente (pero no exclusivamente), en la gran masa cortical de ambos hemisferios.

No resulta igual de claro cual sería la distribución anatómico-funcional del cerebro primario, pero con toda probabilidad su funcionalidad incluye áreas cerebrales más primitivas desde el punto de vista evolutivo: troncoencéfalo, mesencéfalo, y muy posiblemente comparte con el cerebro secundario zonas más altas, incluídas estructuras diencefálicas y telencefálicas, entre cuyos componentes están aquellos que conforman el sistema límbico.

Hemos dicho que la interacción de ambos cerebros es especialmente compleja y no exenta de muchas imperfecciones (capítulo 3), al punto que cada uno de estos cerebros (o procesadores) puede en muchos casos sugerir o estimular al individuo a tomar decisiones y acciones totalmente opuestas frente a una misma situación, generándose así condiciones que explican muchos de los conflictos, a veces muy graves, que caracterizan a las personas, y que históricamente han tratado de ser explicados como manifestaciones de enfermedad, locura, neurosis, psicopatía, etc. (famosas han sido en la historia humana numerosos casos de “contradicciones vitales”).

Una pregunta trascendental ha tratado de ser develada por muchos pensadores a través de la historia humana: es el hombre al nacer un libro en blanco, capaz de amoldarse absolutamente a la crianza y educación, y, en general, a toda la influencia del medio ambiente donde le toque vivir? O es por el contrario, un ser que ya viene pre-moldeado, predestinado a tener determinadas características y rasgos que lo acompañarán toda su vida?

Han existido autores que se han inclinado por cada una de estas opciones, aunque sin duda la primera es la que más apoyo “de los eruditos” ha tenido a través de la historia.

En la medida que continuemos con nuestro análisis, podremos ver que ambas posturas tienen elementos de verdad, y que la explicación definitiva, que hasta ahora parecía tan difícil de lograr, resulta mucho más simple de comprender si estudiamos el problema desde el punto de vista de nuestro esquema del doble cerebro, del binomio cerebral primario-secundario.

Nuestro cerebro primario viene pre-moldeado en gran medida (hardwired), con gran cantidad de información y respuestas pre-programadas (al igual como el de los demás animales).

En cambio, nuestro cerebro secundario, viene esencialmente “en blanco”, preparado tanto para incorporar información, desde el medio interno (nuestro propio organismo), y externo (medio ambiente), como para desarrollar una serie de capacidades.

Así, el ser humano trae en su procesador o cerebro primario un pre-programa, (viene “cableado”, “pre-programado”, trae un “chip”), genéticamente codificado, que incluye una gran cantidad de información, reflejos y reacciones ya listas para su ejecución, algunas muy simples y otras más elaboradas, para responder a un sinfín de situaciones, algunas de ellas vitales, que podría enfrentar durante su existencia.

En este aspecto el ser humano no difiere esencialmente de otros animales, como tigres, perros, ovejas, águilas, etc., que también traen su propia programación, la cual les permite, sin necesidad de ser “enseñados”, reconocer qué enemigos son más peligrosos, qué alimentos son o no adecuados, cómo y cuando desarrollar técnicas de caminar, correr, volar, etc.

Debemos anotar desde ya, reiterando lo expresado en capítulos anteriores, y como un hecho de la mayor importancia, que tiene una directa relación con la información genética de cada individuo y con los sistemas embriológicos en base a los cuales esta información se usa en la generación del cerebro del nuevo individuo, que esta pre-programación está caracterizada por una base general similar en todos los miembros de una misma especie, pero que al mismo tiempo contiene una gran variabilidad de un individuo a otro, determinando así, tanto para animales como para humanos, diferencias significativas en las respuestas (conducta) de estos individuos frente a un mismo estímulo, como también en la percepción que tienen unos de otros, y por cierto, de sí mismos y del mundo en que están inmersos.

Esta variabilidad es realmente enorme, con toda probabilidad mucho mayor que la variabilidad de los rasgos físicos, puesto que se expresa aún en los casos de gemelos idénticos, a quienes es más facil sin duda distinguir por su conducta y reacciones típicas que por su apariencia.

Más aún, es precisamente debido a esta gran variabilidad de la configuración del binomio cerebral primario-secundario, que resulta tan difícil caracterizar al hombre en base a un solo patrón de conducta. En la medida que todos los individuos son únicos e irrepetibles, es imposible caracterizarlos en base a patrones rígidos capaces de definir con precisión a la especie humana: existen tantas configuraciones como individuos, y cada configuración genera conductas más o menos diferentes.

Esto no significa, no obstante, que así como hay seres humanos físicamente parecidos, no puedan haber individuos conductualmente similares y agrupables, los que, a pesar de tener diferencias, pueden compartir rasgos muy marcados que resultan bastante parecidos.

Esto ocurre, por ejemplo, con todas aquellas personas que presentan rasgos sicopáticos originados en tendencias similares, tema al que nos abocaremos un poco más adelante.

Así, tanto en humanos como en animales, se podrán distinguir, muy tempranamente, ciertas características de comportamiento que asemejan, y otras que diferencian, a un individuo de otro u otros, como por ejemplo, respecto de rasgos tan primarios como valentía o cobardía, temeridad, tendencia a la dominación o a la sumisión, a ejercer o a apropiarse más o menos precozmente de determinados derechos, al uso del territorio, a la alimentación, etc.

Pero al mismo tiempo, y a diferencia de esos animales, el ser humano ha desarrollado en su evolución su segundo cerebro (procesador secundario), el cual sí viene “preparado para incorporar y estructurar gran cantidad de información”, y por tanto tiene una enorme capacidad de aprendizaje y desempeño, y que va desarrollándose y afinándose a medida que el individuo crece y se relaciona con el medio, por medio de sus 3 herramientas más distintivas y poderosas, la memoria, la imaginación y el lenguaje.

El cerebro secundario, que a diferencia de los demás mamíferos sólo ha alcanzado este altísimo desarrollo en el ser humano, se va nutriendo de información y experiencia a partir de varias fuentes: desde luego, desde el cerebro primario, que es el que hace “sentir” al individuo ( “desde el corazón”, en palabras de literatos y otros artistas), y desde el medio externo, a través de los órganos de los sentidos.

Todos los datos son recibidos, integrados, analizados y procesados por ambos cerebros, aunque en el caso del cerebro primario de modo inconciente y/o preconciente, en tanto que la recepción de información y su análisis por parte del cerebro secundario constituyen parte muy importante de la conciencia (y simultáneamente autoconciencia con enorme capacidad recursiva).

Toda esta información recibida, y capaz de ser analizada concientemente por el cerebro secundario, ha sido objeto de una serie de procesos de gran complejidad, respecto de los cuales hoy hay mucho más desconocimiento que certeza, procesos en los que han participado distintas y numerosas zonas cerebrales, todas las cuales se comunican y retroalimentan entre sí, tanto positiva como negativamente, a través de complejísimas redes neurales.

Como hemos dicho antes, la conducta final del individuo estará determinada por la compleja interacción de ambos cerebros, fenómeno que trataremos de caracterizar a continuación.

Un elemento esencial en nuestra teoría es el reconocer que la interacción entre ambos cerebros, por el mismo hecho de que el cerebro secundario tiene la capacidad de adaptarse al mundo actual, en tanto que el cerebro primario trae una preprogramación destinada a favorecer la supervivencia del individuo en condiciones de relación muy primitiva con el medio ambiente, (incluídos especialmente los demás seres vivos), es una interacción que muchas veces llega a ser francamente conflictiva.

Así, el cerebro primario puede estimular al individuo a tomar acciones totalmente opuestas a aquellas que sugiere el cerebro secundario, el cual ha “aprendido” a reconocer como más convenientes, prácticas y adecuadas, las conductas que consideramos propias de nuestro mundo moderno y civilizado.

De este modo podemos partir de la premisa de que todo acto o conducta de un individuo puede ser una respuesta al comando de su cerebro primario (especialmente cuando es más instintiva y emocional, preconciente o totalmente inconciente- incluso totalmente irracional) , o de su cerebro secundario, cuando es más reflexiva y analítica, o puede también ser un producto “mezclado”, originado en la influencia balanceada de ambos.

Situamos entonces en el cerebro primario, una preprogramación propia de nuestra especie mamífera, que se encarga de todo lo que es más “instintivo”, y en el cerebro secundario, todo aquello que es más racional.

El Filtro Afectivo.

Junto con esto, y debido a la existencia de las tendencias, que veremos a continuación, nuestro cerebro primario constituye un verdadero “filtro” a través del cual “sentimos” el mundo, tanto interior como exterior, y que nos da la base de nuestros “gustos”, “vocaciones”, y “valores innatos” (los cuales no necesariamente son aquellos “socialmente correctos” – ver capítulo 2).

Las Tendencias.

Mas aún, el cerebro primario trae pre-programadas una serie de “tendencias” innatas que serán propias de cada individuo, y que éste puede sentir con enorme intensidad, y que son capaces de determinar su destino en forma dramática, dependiendo de su fuerza y orientación.

Así, estas tendencias tendrán la capacidad de marcar la vida de una persona, especialmente en todos aquellos casos en que sean muy fuertes, pudiendo llevar al individuo por un camino meritorio y de éxito si son positivas, o por un camino muy negativo si son más bien contrarias al “bien común” y a lo “socialmente aceptado”.

Incluímos aquí varias de aquellas tendencias que caracterizamos como innatas e inevitables, en una concepción totalmente opuesta a la interpretación habitual y más común que sobre ellas se ha hecho (y se sigue haciendo) a través de la historia humana, y que las relaciona más bien con la “bondad”, la “virtud”, la “maldad” y/o el “vicio o pecado”.

Libre Albedrío?

Estas tendencias tienen la capacidad de influir, muchas veces en forma determinante, incluso en contra de lo que la racionalidad (cerebro secundario), recomienda, en la realización de determinados actos que analizados fríamente por un observador pueden aparecer como absolutamente “incomprensibles” e “inexplicables”.

O sea, en muchos casos una determinada conducta es “forzada por una tendencia propia del cerebro primario”, y, por tanto , no es producto de una decisión completamente “autónoma, libre y racional” por parte del individuo.

Esta es una consideración de la mayor trascendencia para el futuro de la interpretación de -y- la conducta humana, con potenciales repercusiones en todos los campos de nuestro quehacer.

Es más, en muchos casos, y contrariamente a lo que se ha aceptado históricamente, sucede a menudo que la parte más racional del individuo (cerebro secundario) no sólo no logra, aunque trate, de imponerse, cuando “opina” en contrario a lo que impulsa a hacer el cerebro primario, sino que incluso puede llegar al punto de “ponerse al servicio” de este cerebro primario, para la consecución de fines que este último presenta como imperativos inevitables (por ejemplo casos de venganzas metódica y elaboradamente concebidas, planificadas, y ejecutadas).

Así, planteamos como propio de todas aquellas conductas más instintivas e incluso irracionales, la circunstancia de que el cerebro primario domine sobre el secundario, y asignamos a la existencia de tendencias muy poderosas, que vienen pre-programadas en el cerebro primario, la causa de una serie de conductas que caracterizan a determinados individuos, entre las cuales las que más resaltan son aquellas contrarias al “orden social” normalmente aceptado como correcto y adecuado.

Entre estas tendencias podemos mencionar:

La tendencia a ejercer la violencia y/o a la amenaza para obtener determinados resultados, efectos o beneficios.
La tendencia a usar el engaño y/o la simulación con el mismo propósito anterior.
La tendencia a obtener y detentar gran poder y capacidad de dominio sobre los demás.
La tendencia a poseer grandes riquezas, en territorios, en especies, y en dinero.
La tendencia más o menos preferente y más o menos excluyente a la heterosexualidad, a la bisexualidad, a la homosexualidad, entre las inclinaciones sexuales más prevalentes.
La tendencia a la religiosidad como un elemento fundamental de guía moral , de apoyo frente a nuestros temores y a lo desconocido, y que nos permite “comprender y aceptar lo inexplicable”.
La tendencia a sufrir intensos sentimientos de culpa, circunstancia que nos debilita y nos hace “manejables”.
La tendencia a ayudar, a colaborar, a defender (y/o a “salvar”) a otros.
La tendencia a la inseguridad y al temor.
La tendencia a la sumisión.
La tendencia a ser temerario, valiente, lider.
La tendencia a la idealización, y al autoconvencimiento de que esas idealizaciones son o pudieran ser reales.
(Resulta más reconfortante pensar que lo que uno más quiere es lo que realmente existe, aunque no sea así, otra debilidad de la que se apovechan algunos inescrupulosos, caracterizados por tendencias mencionadas más arriba, y que existen en todos los ámbitos del quehacer humano).
La preocupación (o falta de ella) de mantener una adecuada imagen frente a los demás, resultando de ello, en determinados casos, la necesidad de ocultar nuestro verdadero sentir y/o pensar.
La tendencia a sentir (o a no sentir) naturalmente como “propios” los valores y principios que defienden la integridad de los individuos y las sociedades, al punto de ser (o no ser) individuos naturalmente inclinados al respeto de los derechos humanos, la justicia, el honor, la igualdad de oportunidades, el derecho a la vida, a la muerte digna, etc.

(De esto desprendemos que incluso la posición moral, religiosa y política de cada individuo son determinadas, o al menos influídas en gran medida, por el cerebro primario).

Como dijimos antes, este conjunto de tendencias, y según la intensidad de cada una, puede adoptar una “configuración” muy variada en cada persona, distinguiendo a ese individuo de los demás.

La Tribu.

Sin embargo, es importante resaltar el hecho de que existe también un conjunto pre-programado de inclinaciones destinadas a la protección del colectivo inmediato del individuo (aquellos con quienes se relaciona más directamente), las cuales han sido cruciales y determinantes en la capacidad de supervivencia de la raza humana, y han sido originadas y establecidas, con toda probabilidad, muy temprano en el proceso evolutivo del homo-sapiens. Se caracterizan porque en general los individuos las “conocen y comprenden”, independientemente de cuánto las “sientan como verdaderamente suyas”.

Así, existe una preprogramación probabalemente asentada en la parte más evolucionada del cerebro primario, si es que no en un área de transición que dió origen al cerebro secundario, consistente en un conjunto de tendencias que tienen como principal objetivo la protección de la comunidad más o menos inmediata a que pertenece cada individuo (familia, clan, tribu, etc).
Estas tendencias llevan implícito el concepto del “bien común” y un cierto “orden moral”, elementos claves para la supervivencia de ese grupo, y respecto del cual todos sus integrantes deben al menos aparecer ante los demás como genuinamente comprometidos.
De no existir por parte del resto confianza sobre la “lealtad” de un determinado integrante, el grupo caracteriza a ese individuo como potencialmente peligroso, y eventualmente merecedor de ser separado de la comunidad o tribu, con la pérdida de derechos y garantías que ello implica.
Desde luego, y dependiendo de la conducta de ese individuo, y de la gravedad de su falta o “traición”, puede llegar a hacerse merecedor de un castigo proporcional, incluída la muerte.

Desde el punto de vista del individuo, aquel que intuitiva y/o concientemente comprenda la importancia de este concepto, tratará siempre de aparecer como comprometido con el bien común, ya sea que lo sienta genuinamente o no, y se procupará de mantener una imagen que demuestre (o no) su verdadero sentir y/o pensar. Junto con ello, si logra aparecer siempre como leal al grupo, dice lo adecuado y aparece comportándose en forma apropiada frente a los demás, y tiene tendencia a resaltar más lo positivo que lo negativo de quienes lo rodean, se constituirá probablemente en un individuo de mucho éxito y popularidad (inteligencia emocional).

Así, y como consecuencia de esta preprogramación fundamental, seguimos y seguiremos experimentando como elementos de la mayor importancia, valores como la lealtad, la solidaridad, y el altruismo.

Podemos entender, de este modo, el origen del conjunto de los “valores sociales” que caracterizan nuestra vida en comunidad.

El Procesador Moderno.

Por otra parte, junto con el “sentir” que experimentamos en nuestra existencia a partir de nuestro cerebro primario, está nuestro “pensar”, el cual se origina fundamentalmente en nuestro cerebro secundario. Estas dos influencias no se dan en forma totalmente pura y separada, ya que probablemente nuestra “conciencia” proviene también de una interacción compleja de ambos cerebros, al punto que normalmente no discriminamos en forma fina cual de ellos está pesando más en una determinada evaluación que hacemos de cualquier situación específica.

Sin embargo, si hacemos un ejercicio más dirigido y atento de análisis, utilizando para ello nuestro cerebro secundario (sobre el que tenemos más “control”), comprendemos que en general todo lo que proviene del cerebro primario es aquello caracterizado por una emocionalidad fuerte, valórica, que “recibimos” ya más o menos elaborado en nuestra conciencia y que es de origen francamente pre-conciente o inconciente.

Debemos, pues, incluir en lo proveniente de nuestro cerebro primario todo aquello que parece “llegarnos desde el corazón”, “lo irracional”: “siento que estoy enamorado”, “odio a esta persona”, “siento que deseo intensamente lograr este objetivo”, mientras que todo aquello que es más análitico, que resulta de un proceso de evaluación más consciente, basado en la experiencia, en los conocimientos y capacidades adquiridas, es lo que proviene de nuestro cerebro secundario.
(“entrar en este negocio realmente no me conviene”, “si realizo esto que deseo tanto, podría ser sorprendido y caer en manos de la justicia”, etc.).

De esta manera, es en nuestro cerebro secundario, “racional”, donde reside nuestra capacidad más analítica, nuestra enorme capacidad de aprendizaje e inventiva.

Es también donde analizamos y valoramos nuestra conciencia moral, y donde, por tanto, percibimos todos los conflictos que nos produce comprender como “inconvenientes, inadecuados, o moralmente reprochables”, aquellos “deseos inconfesables” que pudieramos sentir provenientes de nuestro cerebro primario.

Quién Gana?

Ahora bien, el hecho de que una persona traiga determinadas tendencias pre-programadas en su cerebro primario, incluso si son muy fuertes y contrarias a la protección y la defensa de los derechos de las personas, no significa que automáticamente éstas tendencias vayan a expresarse sin ningún freno.

Por el contrario, como ya hemos expresado, existen distintos niveles capaces de oponerse, con distinto grado de éxito, según la particular “configuración” que cada “binomio cerebral” (cerebro primario-secundario) vaya alcanzando en las distintas etapas de la vida del individuo.

A las tendencias más puras, especialmente si son “negativas” , aquellos “apetitos inconfesables” se opondrán en mayor o menor medida variados factores, que de ser suficientemente poderosos podrán llegar a ser capacaes de bloquear totalmente la concreción de esas tendencias.
Entre estos factores debemos incluir , por cierto, nuestra “conciencia moral”.

Esta conciencia moral puede llegar a ser un verdadero “edificio” de mayor o menor fortaleza, que se va construyendo en base a una serie de ingredientes o partes que se integran para conformarlo.

Primero, de la codificación existente en el propio cerebro primario destinada a la protección del propio “clan o tribu” (que puede alcanzar sólo el entorno inmediato o ser más extendida: grupo familiar inmediato o extendido, barrio, comunidad, país, grupo de intereses comunes, hinchas de un determinado club deportivo, etc), las cuales en cada individuo, debido a la variablidad que hemos expuesto antes, pueden ser de fuerza moderada, o muy, o muy poco, marcadas.

Segundo, desde el cerebro secundario, por la serie de normas sociales “aprendidas” como parte de la educación familiar y escolar, aparte de la influencia y presión tanto de las personas de nuestro entorno inmediato, como a través de los los medios como diarios, radio , televisión, etc.

Tercero, de la convicción moral elaborada y dirigida que una persona puede lograr a partir de los elementos positivos que su religión le brinda. (Que lamentablemente vienen muchas veces mezclados con elementos negativos).

A la conciencia moral se agrega como factor que desalienta la concreción de las tendencias más negativas, el temor al rechazo y la reacción que el “entorno” pueda ejercer contra la persona, capaces de producir en la práctica un rechazo y castigo tanto moral como físico.

En la evaluación del riesgo de este rechazo y castigo potencial interviene directamente el cerebro secundario, en base a un análisis racional, al cual se agregan ingredientes provenientes del cerebro primario, del tipo de la tendencia a la temeridad, valentía, desverguenza, arrogancia, etc, que según su intensidad respectiva también son capaces de inclinar finalmente la balanza en el sentido de dar rienda suelta a ese “apetito” o no.

Junto a lo anterior, interviene como factor de consideración, y se suma también la influencia de ambos cerebros, la posibilidad de que estas “tendencias inconfesables” puedan realizarse, de haber un grado suficiente de “seguridad” de poder concretarlas en forma más o menos secreta o reservada.

Este rechazo y reacción pueden provenir de distintas fuentes, según la edad del “infractor”y el carácter y gravedad de la infracción: desde los padres y el entorno familiar más inmediato, de los propios pares coetáneos, de la comunidad más amplia si la persona es muy conocida y/o la falta es muy grave, de la justicia terrenal, de la justicia divina, etc.

Así, la persona puede vivir una existencia en que permanentemente coexisten y se debaten entre sí, produciendo más o menos tensión en el individuo, estas fuerzas opuestas, su tendencia más básica, cuando es contraria al orden social y moral, versus su conciencia moral y el temor por las consecuencias de su concreción.

En esta contienda, la posibilidad de que estas tendencias se expresen o no dependerá de la fortaleza relativa de ambos cerebros, y de la dinámica circunstancial de un momento determinado, que podrá hacer que unas se hagan más fuertes que las otras.

Futuro Optimista?

Independientemente de lo pesimistas u optimistas que seamos respecto de las fortalezas y debilidades de la especie humana, es un hecho innegable que nuestro cerebro secundario se va haciendo en el tiempo, a través de las generaciones, cada vez más fuerte y desarrollado frente al cerebro primario, y que por tanto, nuestra raza se va haciendo, en general, cada vez más humana y civilizada.

No obstante ello, también es un hecho el que deberemos seguir conviviendo por mucho tiempo con la importante cuota de sufrimiento provocada por la conducta de todas aquellas personas cuyos cerebros primarios prevalecen demasiado sobre sus cerebros secundarios, dando rienda suelta a conductas perjudiciales para si mismos y para quienes los rodean, especialmente cuando se viven situaciones de marcada desigualdad social, de enormes diferencias de nivel de vida, de gran desigualdad de oportunidades, (aca el único remedio es en el mediano y largo plazo la existencia de educación de calidad para todos), y al mismo tiempo en entornos permisivos que no desalientan con adecuada fuerza la conductas reprochables, dañinas, y/o francamente criminales.
Respecto de las implicancias de esto, y de las necesarias modificaciones en los sistemas educativos, preventivos y represivos que la sociedad humana deberá implementar, si verdaderamente queremos disminuir más rápidamente la incidencia del abuso, la violencia, el crimen, y las defraudaciones de todo tipo, conversaremos en los próximos capítulos, y dedicaremos al menos uno especialmente, al trascendente tema de la delincuencia .

Stay tuned ;)

* Esta proposición teórica ha venido siendo concebida por mí, en base a la reflexión pura, desde hace ya varios años. Sólo recientemente ha llegado a mi conocimiento la existencia del trabajo de Paul MacLean y su teoría del triple cerebro (The Triune Brain). Si bien he leído algunas referencias y comentarios sobre esta teoría, que parece incluir conceptos que son muy parecidos a los míos en cuanto a la probable existencia de competencia y conflicto entre estos cerebros, que gozarían de distintos grados de autonomía e independencia, no deseo adentrarme aún a estudiarla en detalle, con el objeto de poder seguir elaborando mi propia teoría sin sufrir un mayor grado de influencia por parte de ese trabajo.

Jorge Lizama León.

Santiago, Abril de 2008.

Capítulo 5 : Algunas Precisiones sobre el Concepto de Variabilidad.



Hemos dicho que cada ser humano es único e irrepetible, y que incluso es posible detectar diferencias en las reacciones y conducta de gemelos idénticos, por pequeñas que éstas sean.

Lo anterior es consecuencia de que en el desarrollo embriológico de cada ser humano, por razones que aún desconocemos, pero que están relacionadas con los mecanismos de interpretación y conformación orgánica de la información genética, se producen variaciones que dan cuenta no sólo de diferencias en los rasgos físicos, sino que también de la conformación, y por tanto expresión, del cerebro primario y secundario.

En el cerebro primario, diferencias en su preprogramación que lo caracterizarán en todas sus tendencias y reacciones innnatas, y en el cerebro secundario, en la capacidad final que éste tendrá de adquirir conocimientos y destrezas, y de controlar más o menos al cerebro primario, o dejarse controlar más o menos, por aquel.

En efecto, como ya hemos dicho (capítulo 4) respecto del cerebro primario, éste viene preprogramado con una serie de tendencias innatas.

Sobre esto, debemos precisar que esto no se produce en un esquema de existencia o no existencia de determinadas tendencias como a la violencia, a la sumisión, a la defraudación, sino que todas ellas siempre están presentes, pero con diferente grado de intensidad.

O sea, se trata de un problema cuantitativo y no cualitativo.

Todos tenemos algún grado, mayor o menor, de todas las tendencias. Por ejemplo, todos tenemos la tendencia a ayudar a otra persona cuando lo necesita, sólo que ésta tendencia puede ser de gran intensidad, o de mediana o mínima intensidad, en cualquiera de todos los grados posibles de ese espectro. Asi, en cada cerebro primario se expresarán, cada una en distinto grado, todas las tendencias posibles, pero algunas podrán ser tan intensas que resaltarán mucho, caracterizando fuertemente a esa persona, en cambio otras serán tan débiles que no se percibirán casi nada o no en absoluto.
También es posible que una persona no traiga ninguna tendencia demasiado marcada, ni negativa ni positiva.
Si ese cerebro primario viene unido a un cerebro secundario poco brillante, tendremos a una persona más o menos anodina, o del montón, en la expresión más popular.

Se darán así una serie infinita de perfiles posibles en los cerebros primarios de cada persona, dependiendo de la fuerza relativa de cada tendencia, residiendo allí una de las bases del origen de la variabilidad que estamos analizando, la cual se debe unir a la otra base, esto es, la participación del cerebro secundario, el cual también participará modificando el perfil general de cada persona, agregando así un importante factor multiplicador de variabilidad.

Por su parte, este cerebro secundario también exhibe una enorme variabilidad en su desarrollo y capacidad de influencia sobre el cerebro primario, dependiendo de su máxima inteligencia alcanzable (la cual viene genéticamente determinada) y de la experiencia y enriquecimiento vividos en su contacto con el medio.

Así, una educación de calidad, la inculcación de valores positivos en beneficio propio y de los demás, serán elementos muy importantes, capaces de generar una sólida conciencia moral, la cual podrá reforzar la capacidad de la persona de contrarrestar con distintos grados de éxito las tendencias dañinas y negativas, cuando éstas vengan preprogramadas con intensidad en su cerebro primario.

La conciencia moral de gran fortaleza nace de la asociación de un cerebro secundario potente en inteligencia, experiencia y educación, con un cerebro primario en que prevalezca la preprogramación de protección personal y del clan o tribu por sobre la preprogramación de las tendencias más dañinas y destructivas.

En suma, la capacidad de contrarrestar las tendencias más negativas y dañinas dependerá de la intensidad relativa de las tendencias positivas y negativas del cerebro primario, y de la fortaleza del cerebro secundario.

Podemos comprender así el enorme abanico de conformaciones posibles que puede tener cualquier binomio cerebral primario-secundario, existiendo infinitos perfiles, cada uno con mayores o menores diferencias.

Al mismo tiempo, en todos aquellos casos en que aparezca más nítidamente determinado un conjunto de las mismas tendencias, y en que éstas tengan una fuerza relativa más o menos similar, empezamos a encontrar determinados tipos humanos característicos, a cuyo estudio nos abocaremos próximamente.

Sin pretender adelantarnos en exceso al debido orden en la elaboración de esta fascinante teoría, podemos ir desde ya infiriendo, en base a lo hasta acá expuesto, la importancia trascendente que tiene para toda sociedad el contar con sistemas educacionales de calidad, y donde se privilegie el inculcar valores positivos y de protección por sobre los negativos y de destrucción.

Es sobre el desarrollo y fortalecimiento del cerebro secundario donde mejores posibilidades tenemos de influir positivamente, puesto que es evidente que sobre el cerebro primario tenemos menos posibilidades de intervenir, no sólo porque para ello estamos tecnológicamente limitados aún, sino que porque además, si ello fuera posible, podríamos adentrarnos en un campo muy peligroso de intervención sobre la esencia misma de la naturaleza humana, de consecuencias, hoy al menos, imprevisibles.

Mayo de 2008

Jorge Lizama León.

Capítulo 6 : La Culpa.



Uno de los sentimientos más profundos que nos caracteriza como seres humanos es la culpa. Constituye un atentado directo y potencialmente demoledor en contra de nuestro bienestar y autoestima.

Es capaz de provocarnos un dolor psicológico muy importante, puede producir consecuencias muy negativas en nuestra conducta y afectar severamente nuestra salud física y mental.

Este dolor puede ser agudo y más o menos pasajero, pero también puede hacerse crónico, larvado, afectándonos por largo tiempo, incluso toda la vida.

El llevar a cuestas este tormento puede hacer que nuestra calidad de vida se vea muy seriamente comprometida, hasta llegar a quitarnos toda capacidad de disfrutar nuestra existencia, incluso de las mayores alegrías, que no de mediar ese sentimiento de culpa, podríamos haber disfrutado intensamente.

Es característica la reflexión que en este tema se hace sobre la alegría de los niños, de quienes se dice que pueden disfrutar la vida plenamente ya que ellos no “tienen” culpa.
Como veremos luego, esto es sólo la expresión idealizada de un buen deseo, ya que es evidente que los niños también sufren, y muy intensamente, importantes sentimientos de culpa, lamentablemente muchas veces provocados o agravados por la actitud de los mayores con quienes conviven.

Si queremos vencer o mitigar los sentimientos de culpa, es necesario ahondar en las causas que los provocan, y por medio de las herramientas del conocimiento, superar o disminuir esta dependencia.

Como habitualmente ocurre en la vida, algunos de nosotros podremos lograr este objetivo con mayor éxito que otros, pero, sin duda, todos podemos ganar, ya sea un poco o bastante, haciendo nuestra existencia más llevadera, en la medida que logremos cambiar nuestra perspectiva sobre este problema.

Para una mejor comprensión de lo que comenzaré a exponer a continuación, recomiendo leer los capítulos previos (1 al 5)sobre Conducta Humana. El tema de la culpa debería haber aparecido en realidad más adelante en el desarrollo de este trabajo, pero dada la relevancia que le asigno, y gracias a la maravilla de la internet y las páginas web, he decidido adelantarme en iniciar el desarrollo, al menos parcial, de este tema, independientemente de que pueda volver sobre él más adelante.

La culpa es un sentimiento, y como tal, proviene directamente de nuestro cerebro primario (preprogramado). Sin embargo, el reconocer, analizar y sufrir este sentimiento lo realizamos a través de nuestro cerebro secundario (racional).

Tal como he expresado en los capítulos respectivos, es sobre nuestro cerebro secundario sobre el que podemos trabajar reforzándolo frente a la influencia del cerebro primario, sobre el cual no podemos intervenir, al menos hasta ahora, por incapacidad tecnológica.

El origen del sentimiento de culpa constituye probablemente parte de una preprogramación final o de transición en el cerebro primario del homínido, cuando éste recién comenzaba a desarrollar su cerebro secundario, y forma parte de una serie de mecanismos de protección del clan o tribu de estos individuos (ver capítulo 4).

Como hemos dicho en el capítulo respectivo, las posibilidades de supervivencia de las pequeñas agrupaciones humanoides dependía de una estrecha colaboración entre sus miembros, tanto para conseguir alimento como para defenderse de los peligros del entorno.
Desde este punto de vista, la lealtad al grupo era un bien inapreciable, y era muy importante para cada individuo ser considerado por los demás como un elemento confiable, de quien se podía depender si las circunstancias así lo requerían, ya que esto le aseguraba un mejor sitial, lo hacía depositario de más aprecio, y le brindaba más derechos y privilegios.
Un mecanismo afín para reforzar la tendencia a la colaboración y al sacrificio altruista de cualquier miembro en favor del grupo, entonces, consiste en la existencia de un sentimiento de profundo malestar provocado por el hecho de no haber estado “a la altura de las circunstancias” cuando ello fuese más requerido.

Un ejemplo muy primario y demostrativo de esto está en el poderoso sentimiento de protección del hijo pequeño por parte de su madre, y del enorme sentimiento de culpa que en muchas de ellas puede provocar cualquier circunstancia en la cual puedan interpretar que han “fallado” frente a esta responsabilidad, y que cualquier daño o menoscabo que un hijo pueda sufrir haya sido causado directa o indirectamente por una acción u omisión por parte de ellas.
Si lo que la naturaleza pretendía era conseguir y asegurar la máxima dedicación de una madre en el cuidado de sus hijos, con el objetivo final de la preservación de la especie, sin duda estas herramientas son muy poderosas y efectivas.

Caracterizamos entonces la culpa como un sentimiento que constituye, junto con otros, parte de un mecanismo de protección del grupo humano, sea este íntimo (familiar) o mayor.
Como muchos otros mecanismos naturales de defensa (ejemplo: el dolor físico), la culpa no sólo tiene un efecto beneficioso (en este caso para el grupo): tiene también un efecto pernicioso desde el punto de vista de quien la sufre.

En este punto debemos tocar el tema de la responsabilidad, que es crucial en este análisis.

Los conceptos de responsabilidad y derechos van siempre juntos, y en general se acepta que nuestros derechos llegan hasta donde comienzan los derechos de los demás. También se acepta en general que somos responsables de nuestros actos, y si tenemos “discernimiento” y no estamos “locos”, deberemos siempre responder por ellos.
En el sistema judicial se ha usado como central el concepto de culpa en cuanto elemento decisivo para la asignación de penas, sean éstas de presidio o de cualquier otro tipo. Si una persona es declarada culpable, se asume que esa persona actuó con pleno conocimiento de lo que hacía, y deberá responder por los daños causados.
Este concepto de culpabilidad judicial tiene su origen natural, indudablemente, en el “sentimiento culpa”, y lo que la justicia hace es llevar a un plano formal aquellos criterios originarios del deber de protección del grupo humano, y del castigo que resulta necesario para cualquier transgresor de esas normas, antiguamente no escritas; y que ahora, en el mundo moderno, están escritas, en la forma de leyes.

Así, quien sea declarado culpable judicialmente podrá interiormente sentirse más o menos culpable, pero la sociedad se encarga de representar el hecho públicamente, señalando explicitamente frente a todos, las faltas cometidas por el individuo, y la sanción correspondiente, que debe ser cumplida, como único mecanismo válido de “expiación” de la culpa.

Entremos ahora a analizar el asunto con más profundidad.

Hemos dicho que cuando actuamos, nuestra toma de decisiones obedece al resultado de la influencia, muchas veces antagónica, de nuestros dos cerebros, el primario y el secundario, y que el resultado podrá ser más o menos racional, dependiendo de cual de ellos haya pesado más en un momento determinado.

También hemos dicho que nuestro cerebro primario viene preprogramdo, en un gran abanico de variabilidad, con un sinnúmero de tendencias, cada una de ellas de mayor o menor fuerza o intensidad, pero que perdurarán en el tiempo. Así, cada persona es el resultado, único e irrepetible, de una particular conformación cerebral primaria, muy estable en el tiempo, a la cual sólo puede oponerse o moderar, nuestro cerebro secundario, el cual se desarrolla desde nuestro nacimiento, recibiendo la influencia del medio, educación, cultura. civilidad, etc, y que es esencialmente reflexivo.

Cuando tomamos una decisión bien planificada, con una buena cuota de reflexión, junto a las herramientas que nos brinda una buena educación, conocimientos técnicos fundados, etc, estamos haciendo pesar más a nuestro cerebro secundario, y en general nos va más o menos, o muy, bien.

Cuando nos dejamos llevar por nuestras emociones y sentimientos, especialmente si actuamos precipitadamente, presos de un “impulso incontrolable”, estamos dando rienda suelta a nuestro cerebro primario, retrocedemos en un instante tal vez 500 mil años en la evolución humana, y los resultados de nuestros actos son muchas veces lamentables, provocándonos luego arrepentimiento, frustración, e intenso sentimiento de culpa.
Dependiendo del carácter, naturaleza y alcance de nuestra falta, muchas veces nos autoimponemos castigos como medio para aminorar o “pagar” por ella, y lograr así sentirnos mejor.

Debemos en este punto plantearnos una pregunta que resulta crucial y determinante, en nuestro análisis:

Cuán responsables somos realmente de haber tomado una decisión que no resultó ser la más afortunada?

Sin ninguna duda, no somos responsables de la preprogramación de nuestro cerebro primario, la cual puede incluir un sinnúmero de tendencias de mayor o menor intensidad, algunas de las cuales pueden ser francamente contrarias al bien común y al orden social. (ver Las Tendencias, cap 4)

Tampoco somos responsables de la capacidad potencial con que vino equipado nuestro cerebro secundario.

Si, junto a lo anterior, nuestro cerebro primario vino equipado con una muy importante tendencia a los sentimientos de culpa, enfrentaremos la dura realidad de un constante batallar contra estos sentimientos.

El reforzar al máximo nuestra capacidad reflexiva, (cerebro secundario) a través de nuestros propios medios y de la ayuda externa que podamos conseguir, es nuestra mejor apuesta frente a este problema.

Si no hemos nacido con esta tendencia tan marcada, y tenemos la fortuna de contar con un cerebro secundario poderoso y bien desarrollado, el problema de la culpa será sin duda mucho más fácil de manejar.

Respecto de la capacidad potencial de nuestro cerebro secundario y cuánto somos capaces de desarrollarlo, debemos también tener claro que nuestra capacidad de aprovechar esta potencialidad también tiene un límite, ya que tampoco somos responsables de la calidad humana de la familia en la que nos tocó nacer, ni de las oportunidades de acceder a una educación de calidad, o de formar parte de una sociedad más o menos civilizada.

Sólo somos responsables de (idealmente), utilizar de la mejor manera posible las armas con que contamos, (nuestro cerebro secundario y las tendencias positivas de nuestro cerebro primario), tratando en la mejor medida de nuestra capacidad de hacer siempre aquello que nos parezca más correcto y beneficioso, tanto para los demás como para nosotros mismos.

El racionalizar este punto, aceptando y asumiendo nuestras limitaciones en su justa medida, es un instrumento muy importante, capaz de permitirnos convivir de mucho mejor manera con nuestra tendencia a sentirnos culpables, especialmente cuanto más intensa sea ésta.

Esta reflexión tiene variadas implicancias, todas muy relevantes.

Desde luego, no es correcto, en base a este análisis, pretender achacar TODO nuestro actuar a nuestro cerebro primario, y, descansando en esta licencia, dar rienda suelta a todo tipo de fechorías. (Aunque este tipo de excusa ya empieza a aparecer en algunos tribunales de los Estados Unidos, arguyéndose que el inculpado actuó así porque estaba “genéticamente” determinado para ello, luego, no puede ser culpado).
El análisis del alcance que esto puede tener como eximente de responsabilidad está recién comenzando.

Por otra parte, desde el punto de vista colectivo, se hace aún más clara la enorme responsabilidad que las sociedades organizadas tienen de dotar a los cerebros secundarios de sus integrantes, a través de una buena educación (para todos), y de la mantención de normas civilizadas de convivencia, de la mayor fortaleza posible en su permanente confrontación con sus tendencias primarias.

La tendencia a sentirnos culpables, preprogramada en nuestro cerebro primario, y que tal como las demás puede ser de gran, mediana o poca intensidad, no sólo tiene el efecto de hacernos sentirnos mal o muy mal, sino que en la práctica puede (y lo es muchas veces) ser aprovechada por quienes nos rodean en beneficio de sus propios intereses.

Todas aquellas personas que tienen una determinada tendencia a manejar la conducta ajena en su favor, tratarán de controlar o influir el comportamiento de quienes los rodean. Utilizarán con este propósito todas las armas que tengan a su alcance, o puedan conseguir o desarrollar al efecto.

Así, podrán utilizar distintos procedimientos para lograr sus fines, como la amenaza de daño físico, la imposición por la fuerza, el convencimiento a través de variados tipos de mensajes, etc.
Uno de los recursos más efectivos, cuando la persona a ser dominada tiene tendencia a los sentimientos de culpa, consiste en aprovecharse de esta circunstancia a través de mensajes de reforzamiento de la culpabilidad de esa persona.
Algunos niños son especialmente susceptibles a este tipo de manejo, por lo cual constituyen excelentes sustratos para quienes los someten por medio de este recurso. No es inhabitual que en esas personas se produzca un sentimiento de agrado, satisfacción, e incluso placer, al provocar intensos sentimientos de culpa en sus víctimas.

Podemos distinguir, entonces, en base al concepto de variabilidad en la expresión del binomio cerebral primario-secundario, que habrá toda una gama de personas: en un extremo, aquellas con una gran tendencia a tener sentimientos de culpa programada en su cerebro primario, el cual si se asocia a un cerebro secundario débil y/o limitado, tendrá muy restringida su capacidad de racionalizar de buena manera este sentimiento. Probablemente estas personas sean las que más sufren.

Pasando por la infinita gama de opciones de asociación del binomio cerebral, si éste es más o menos equilibrado, veremos una gran masa de personas que logran convivir más o menos bien con sus sentimientos de culpa, y son capaces en general de manejarlos y sobreponerse a las circunstancias adversas.
A este grupo pertenece aquella población considerada más o menos “normal”.

En el otro extremo, están aquellas personas cuyo cerebro primario trae muy débilmente preprogramada esta tendencia a la culpa, y en general, sufrirán muy poco por este motivo.
Si estos últimos cerebros primarios traen al mismo tiempo preprogramada una importante tendencia a la dominación violenta de quienes les rodean, que algunas veces puede alcanzar grados francamente psicopáticos, estamos frente a personas realmente peligrosas.
Especialmente si se trata de personas que han tenido escasas posibilidades de ver reforzado su cerebro secundario por haber nacido en medios adversos, con escasa inculcación de valores, y pobre o nula educación.
Estas serán personas capaces de provocar graves daños y sufrimientos, y no expresarán malestar ni arrepentimiento alguno por su conducta, y, como en el ejemplo citado previamente, pueden llegar a sentir gran placer y satisfacción por su accionar.
La prevención del daño que pueden causar estas personas, evidentemente no está al alcance de ellas mismas, dado que no tienen herramientas ni motivación alguna para combatir eficazmente estas tendencias, y queda en manos de la sociedad organizada la responsabilidad de encontrar los métodos más efectivos de prevención.
Es un problema de muy difícil solución, dado que no contamos con tecnología capaz de modificar estas tendencias que vienen preprogramadas, e incluso si la tuviéramos, su utilización sería materia de duro debate ético.
Al mismo tiempo, cuando estas tendencias vienen tan marcadas, habitualmente los métodos de rehabilitación tienen muy escaso o ningún éxito.

En resumen, tanto la tendencia exagerada a los sentimientos de culpa, como el hecho de que ésta sea muy débil, son factores muy dañinos, en el primer caso para la propia persona, y en el segundo, para quienes los rodean, dado que pasan a constituir víctimas potenciales.

En la medida que sigamos avanzando en el desarrollo de nuestra Teoría de la Conducta Humana, podremos seguir seguir agregando elementos de reflexión sobre este tema y otros relacionados, ojalá como un aporte que resulte positivo para lograr aminorar los daños y sufrimientos a que están expuestas las personas.

Jorge Lizama León.

Santiago, julio, 2008.

Capítulo 7 : Conciencia y Autoconciencia.



“Veo el mundo, oigo el mundo, siento el mundo, me percibo como parte de, y en, el mundo”.

El fenómeno de la conciencia y la auto-conciencia han sido objeto de numerosos análisis a través de la historia.

Posiblemente sea el problema más profundo al que puede abocarse el conocimiento humano.

Sin duda no tenemos aún respuestas científicas acabadas sobre esto, y pasará algún tiempo antes de que las tengamos, si es que.

No obstante, dado que constituye un desafío tan fascinante, en los próximos párrafos intentaremos dar una interpretación, aunque sólo sea inicial, de estos fenómenos, utilizando como instrumento para ello nuestra poderosa teoría del Binomio Cerebral Primario-Secundario.

“Veo un automóvil que se desvía de su pista en forma súbita. No sé la razón. Es una falla mecánica? Su conductor está sufriendo un ataque de algún tipo? Está ebrio?Ni siquiera alcanzo a analizar demasiado estas opciones, puesto que me alarma más lo que veo: el automóvil se dirige hacia un paradero donde se encuentra una persona mirando en sentido contrario, por lo que no advierte el peligro que está corriendo.

Por un instante no sólo soy un observador conciente de un hecho dramático que ocurre exactamente en “tiempo real”, sino que las circunstancias me ubican como como un observador-analizador privilegiado: en este cortísimo instante soy capaz de predecir el futuro: el automóvil, de seguir su trayectoria, golpeará al peatón.

Mis temores se cumplen inexorables, mientras dudo entre correr hacia la persona o gritarle, ambas opciones inútiles dada la velocidad de los acontecimientos, el auto golpea a la persona, lanzándola a unos 10 metros de distancia, y termina chocando contra una pared ubicada tras el paradero.”

Desde el momento en que el observador advierte el peligro hasta que el auto atropella al peatón han transcurrido menos de 2 segundos.

En este tipo de experiencia el observador sufre una serie de fenómenos simultáneos: por una parte “siente y presiente” una situación de peligro aún antes de ser capaz de comprender y analizar cabalmente todo su significado y alcance.

Este proceso, que denominaremos Pre-conciente, ocurre en el Cerebro Primario, pre-programado, instintivo, irreflexivo, diseñado para permitirnos respuestas automáticas muy rápidas.

Junto con esto, pero en forma un poco más lenta, el cerebro secundario también reacciona, analizando no sólo el hecho mismo, sino sus implicancias inmediatas y a más largo plazo.

El cerebro primario insta al observador a reaccionar con prontitud, advertir a la posible víctima, correr hacia ella, etc., con el objeto de evitar el daño.

Dependiendo del tiempo con que el observador cuente, y de la influencia relativa que en su caso particular tenga su cerebro secundario, podría ser posible que apoye o frene el impulso generado por el cerebro primario.

De toda esta interacción dependerá la conducta del individuo.

Si hay más de un observador, podrá producirse una variedad de reacciones en cada uno de ellos: algunos gritarán, otros correrán, otros se tomarán la cabeza y cerrarán los ojos para no ver el impacto, etc, etc, según hemos caracterizado la infinita VARIABILIDAD con que se conforma el binomio cerebral Primario-Secundario de las personas, en los capítulos anteriores.

Para que exista “conciencia” de cualquier cosa, es imprescindible la existencia por una parte, de “lo observado”, y por otra, la existencia de un “observador”.

Pero se necesita más: el observador debe tener una capacidad de análisis tal sobre lo que observa, que le permita no sólo “comprender” lo que ocurre en sus implicancias inmediatas y futuras, sino que debe tener la capacidad potencial o real de “reaccionar” e intervenir de alguna manera, en su desarrollo.

(O al menos debe ser capaz de imaginar la “posibilidad” de realizar esta intervención, aunque ella realmente no exista).

Más aún, por mucho que queramos “independizar” al máximo el accionar puramente reflexivo del cerebro secundario, debemos comprender, aceptar y reconocer en toda su brutal importancia, que el cerebro secundario nunca es capaz de aislarse totalmente de la potente emocionalidad que envía el cerebro primario, tanto mayor cuanto más dramáticos sean los hechos o conceptos vividos o analizados.

En último término, este elemento es esencial, dado que le brinda el componente volitivo, el impulso, el que genera el objetivo y la justificación de su existencia, al ser humano.

Esta “esencia humana” está dada por la íntima interacción de cerebro secundario y primario.

“Veo las estrellas en la noche, siento la emoción intensa que me produce su contemplación, soy conciente de la existencia del universo…imagino la posibilidad de tomar una nave que me permita viajar por el espacio hacia ellas”.

En el primer ejemplo el observador es conciente de un hecho grave aún antes de que éste se materialice, y también es conciente de él mientras se materializa.

Tenemos entonces un observador al cual caracterizamos no sólo como conciente, sino que también como preconciente, dependiendo de a cual de sus cerebros nos refiramos.

De ambos, el más conciente es el cerebro secundario, puesto que posee recursos que el cerebro primario no posee: tiene memoria, imaginación, y capacidad de análisis.

Utilizando su cerebro secundario, la persona es capaz de situarse, desde el punto de vista reflexivo y analítico, a “cierta distancia” del hecho observado. Esto le permite tomar más fácilmente la condición de observador-analizador.

La idea de que los humanos somos concientes del mundo que nos rodea es en general fácil decomprender y aceptar para la mayoría de las personas. Se nos da como algo natural.

Al mismo tiempo, al observar al resto de los mamíferos que nos rodean, especialmente aquellos que tenemos más cerca, como nuestras mascotas, deducimos y en general estamos más o menos de acuerdo que éstos tienen una conciencia mucho más limitada que la nuestra, existiendo algunas personas que les niegan el poseerla en absoluto.

Son los animales concientes de su propia existencia?

Reaccionan exclusivamente en base a sus instintos?

Aquellas destrezas que algunos de ellos son capaces de aprender, acaso implican la existencia de un atisbo siquiera de desarrollo, aunque sea sólo muy inicial, de un cerebro secundario?

Tienen alma?

En este punto de nuestras reflexiones, va quedando cada vez más claro, que desde la perspectiva de nuestra teoría, el “corazón” de literatos y otros artistas corresponde a nuestro cerebro primario, en tanto el alma debe corresponder a la expresión más elevada y evolucionada, más “humanamente enaltecida” del cerebro secundario.

(Es éste un contrasentido respecto de la reflexión anterior sobre la “esencia humana”?)

Si el fenómeno de la conciencia ya nos resulta complicado, y ha sido objeto de profundo estudio y debate en todo el tiempo conocido de la especie humana, tal vez comprender la Auto-conciencia pueda ser aún más difícil.

Somos concientes de nuestra existencia, podemos ser muy concientes (pero también muy poco), de nuestros actos, tenemos certeza de que moriremos algún día.

Nos miramos en el espejo y nos vemos, nos reconocemos, sabemos que existimos. Por algún motivo nuestras mascotas no acostumbran ni a mirarse ni a reconocerse, como propios o ajenos, en los espejos. (Si es que están desarrollando sus cerebros secundarios, realmente han avanzado muy poco, parecen ser puro instinto y sentimiento, por ello quieren y son queridos tan incondicionalmente, si es que tienen alma, debe ser aún muy chiquita).

La comprensión del fenómeno de la autoconciencia es mucho más simple si contamos con que nuestra teoría de la existencia del cerebro primario-secundario es cierta (ver capítulos anteriores).

En base a ella podemos comprender que tenemos, dentro de nuestra caja craneana, integrados, (aunque sea de manera imperfecta) los dos elementos imprescindibles para que ocurra la conciencia, que en este caso llamamos Auto-Conciencia; el ente observado: el cerebro primario, y el ente observador-analizador: el cerebro secundario.

El ente observador-analizador, nuestro cerebro secundario, es quien tiene la capacidad de “situarse a cierta distancia” y reconocer la existencia (y presencia) del cerebro primario.

Así, el ente donde se originan nuestros instintos, emociones, el gusto por las cosas de la vida, que es nuestro cerebro primario, es reconocido en su presencia y por tanto en su existencia, por el ente que es capaz de crecer y desarrollarse funcionalmente, de adquirir información y utilizarla, que es capaz de analizar lo inmediato y lo futuro, que es capaz de percibir la influencia del cerebro primario, o sea nuestro cerebro secundario.

Establecemos así un paralelo lógico y coherente para el cumplimiento de las condicionantes del fenómeno de la conciencia, tanto en la situación persona observador-analizador respecto de su entorno externo, (el observador y lo observado-analizado) como también al INTERIOR de la propia persona, lo cual le permite ser auto-conciente, dado que cuenta con ambos entes integrados en su encéfalo, pero FUNCIONALMENTE SEPARADOS O SEPARABLES, cerebro secundario y primario.

Incorporamos así este análisis de la conciencia y la autoconciencia en nuestra Teoría de la Conducta Humana, y su pregunta central: Cuáles son sus verdaderas determinantes?

Sin duda estos párrafos constituyen sólo una primera aproximación al problema, plantean algunas explicaciones coherentes y bastante lógicas, al mismo tiempo que originan muchas nuevas interrogantes.

Así, constituyen una base de trabajo para seguir elaborando sobre el tema.

Terminaremos, por ahora, con la siguiente reflexión:

Cual es el alcance analítico y funcional del cerebro secundario? Sin duda es una capacidad que está en permamente desarrollo. Su creciente influencia sobre el cerebro primario es un hecho indesmentible, y se ve reflejado en el progreso general de la civilización y de la civilidad de la conducta de los humanos, por mucho que el cerebro primario tercamente insista en seguir provocando hechos inhumanos, que esperemos puedan ser cada vez más aislados y minoritarios con el paso de las generaciones.

En la medida que el conocimiento científico y tecnológico aumenta a pasos agigantados, materias que en el pasado han sido propias del mundo de la religión, de la filosofía, de la psicología, comienzan a incorporarse cada día más al mundo de la biología, en particular a todas las disciplinas que constituyen este nuevo y fascinante ámbito de la Neurociencia.

Así, esta nueva Teoría de la Conducta Humana pretende anticiparse a la comprobación científica del funcionamiento cerebral, utilizando como base esta capacidad del Cerebro Secundario, que nos caracteriza a los humanos como seres únicos entre todos los seres vivos de cuya existencia somos concientes.

Jorge Lizama León.

Santiago, Septiembre, 2008.

Capítulo 8: Sexualidad, Primera Parte.



Toda la vida del humano está impregnada de sexualidad. Por momentos esta impregnación puede expresarse sólo en pequeños detalles y sutiles conductas, y en otros manifestarse de modo avasallador y/o extremadamente violento.

La sexualidad está siempre presente en el subconciente de las personas, y muchas veces en el conciente, en la medida que aparezcan los estímulos apropiados para el sujeto en cuestión. (De lo que deducimos que dado que las personas son todas distintas, los estímulos que son muy poderosos para unos, no lo son mucho o casi nada para otros, cuando no provocan directamente rechazo, de mayor o menor magnitud, en los demás, en un abanico completo que es concordante con nuestra poderosa Teoría del Doble Cerebro, y la infinita variabilidad que a través de ella hemos definido para el ser humano en los capítulos anteriores).

Es capaz de influir poderosamente en el comportamiento humano, y muy especialmente en aquellas personas que tienen (o sufren) un acelerado ritmo sexual, a quienes en un próximo capítulo caracterizaremos como hiper-sexuales, y menos en los promedio-sexuales y los hipo-sexuales. (Nos abstendremos en lo posible de utilizar conceptos como “anormales-normales” o “anormalidad-normalidad”, ya que, según veremos próximamente, son conceptos meramente facilitadores que llevan al engaño y por tanto conducen a análisis incorrectos).

Las expresiones de la sexualidad son múltiples, aparecen en toda actividad y ámbito del sentir y del quehacer humano. Desde luego en la forma de vestirse, de adornarse, en la atención con que se cuida una determinada imagen, en la forma de comunicarse, en las actitudes, en el lenguaje, en la expresión de opiniones sobre cualquier tema, en el reforzamiento u ocultamiento de los caracteres sexuales biológicos, tanto primarios como secundarios, etc, etc.

La sexualidad, proveniente directamente de nuestro cerebro primario, es uno de los motores más poderosos que influyen en nuestra conducta, y está ligada a nuestras emociones en forma absoluta, a un punto que puede alcanzar tal intensidad que resulta difícil describirlo con palabras.

Tanto así, que aquellas situaciones en las que las necesidades sexuales se ven satisfechas en gran medida, brindan al sujeto grandes dosis de felicidad y/o profundo bienestar. Por el contrario, cuando esas necesidades no son satisfechas, nunca, casi nunca o muy poco, son capaces de provocar sentimientos de enorme frustración, desdicha, infelicidad, severas depresiones, violencias, sufrimientos propios y ajenos, etc, etc.

No nos debe extrañar que el impulso sexual sea tan poderoso, tanto en animales como en humanos, pues constituye el mecanismo natural que pretende asegurar la supervivencia y desarrollo de cada especie.

Tan poderoso es este “motor primario”, que puede llevar a una persona a perder toda racionalidad en su conducta, pudiendo darse casos extremos (aunque frecuentes), en que el cerebro primario llega a ser capaz de “secuestrar” al cerebro secundario, para ponerlo al servicio de sus propias necesidades, y generar en el individuo conductas absolutamente incomprensibles para quienes lo rodean. (Sobran ejemplos de esto. Algunos, muy llamativos, están presentes en http://conductahumana.blogspot.com como Artículos Relacionados).

La actividad sexual está en el humano muchas veces (aunque por cierto no siempre) directa y profundamente asociada al concepto del amor, el compromiso y la pertenencia mutua, desde un punto de vista idealizado en que se concibe esa armonía como la expresión más elevada de la felicidad de la pareja.

Sin duda, a la luz de las consideraciones anteriores, debemos hallar al menos algún asidero a quienes majaderamente insisten en que el amor de pareja y especialmente el “enamoramiento” conllevan una alta dosis de irracionalidad.

Dado que el Amor (y la tendencia a la Idealización) serán con toda seguridad objetos centrales en futuros capítulos, permítasenos, por ahora, dejar tranquilo a este tan permanente, tan manido, y tan vapuleado tema.

La sexualidad está, junto con lo anterior, muy asociada a los conceptos de “moral y buenas costumbres”, y provoca en los grupos humanos y en la sociedad en general intensos debates respecto de la corrección o incorrección de los distintos modos en que se expresa y materializa.

Se le liga directamente también a la culpa, como herramienta para “enrielar” a las personas en cuanto a su conducta sexual “por el buen camino”, apartándolas del “malo”.

Toda transgresión a estas normas, expuesta en público, puede ser motivo de profunda verguenza, e incluso de la condena social oficial (judicial), hecho que provoca que muchas conductas sexuales sean intensamente “protegidas” del conocimiento de terceras personas. (En este punto resulta oportuno revisar el capítulo previo titulado La Culpa, donde se hace mención de los macanismos de protección existentes en los grupos humanos primitivos, sobre jerarquización, responsabilidades y derechos de los integrantes, incluídos los de apareamiento).

La concepción que sobre la sexualidad “apropiada, correcta, normal, moral, debida, sana” han tenido las distintas sociedades humanas a través de la historia ha sido extraordinariamente cambiante. Lo que en determinada época y lugar era enfermedad, aberración, anormalidad, pecado, perversión, parafilia, alteración psiquiátrica, etc., ha ido progresivamente tomando el carácter de “variedad, alternatividad, preferencia, opción de minorías”, etc, etc, especialmente en los países occidentales más liberales, durante los últimos decenios. Sin embargo, en muchos lugares de la tierra, aún hoy, se mantienen e imponen criterios extremadamente conservadores, sobre todo en algunas sociedades muy religiosas.

Las consideraciones precedentes tienen por objeto caracterizar de modo general y breve la vivencia y la expresión de la sexualidad humana, con el fin de situarnos en un contexto apropiado para poder entrar a hurgar más profundamente en el análisis de su origen y materialización concreta, y por tanto, los temas más candentes relacionados con ello, incluídas las tendencias y preferencias sexuales. Espero poder avanzar con diligencia en estos delicados temas con miras a poder incluirlos, relativamente luego, en un próximo capítulo.

Jorge Lizama León.

Santiago, Mayo 2009